Don Gregorio Peces-Barba no es un político, sino un académico. Entre los 25 y los 50 años, los académicos se especializan en una disciplina científica y, a partir de esa edad, una vez conseguido el estatus profesional con el que acceder a la jubilación, cursan la segunda especialización, la de sus obsesiones predilectas.

Don Gregorio se ha especializado en la Iglesia, es decir, en poner a la Iglesia de Roma como no digan dueñas. Es lo que da sentido a su vida. Por ello, a pesar de que el el enemigo sustancial, artículo publicado en El País el viernes 15 de enero, presuntamente aludía al Partido Popular, que no deja de insultar al pobre ZP, el objetivo final se deja ver en la primera parte de la conseja. Ojo al dato: Las posiciones religiosas que sostienen la existencia de una única verdad religiosa, incapaz de convivir con otras por incompatibilidad entre verdades, son los antecedentes y de los descubridores de la dialéctica enfrentada entre amigo y enemigo.

Este párrafo, queridos amigos, resulta absolutamente crucial, revelador, a fuer de brillante. Especialmente cuando cita la incompatibilidad entre verdades, nobilísimo hallazgo dialéctico sólo al alcance de los padres de la Constitución.  

Yo pensaba que la verdad, o bien era radicalmente incompatible con la no verdad, o no era verdad. De hecho, esta conclusión, ahora superada por don Gregorio, es, mismamente, lo que ha pensado la humanidad desde Aristóteles, pensamiento absolutamente trasnochado y cavernícola que ahora se demuestra incierto y falaz, por no decir reaccionario. Lo cierto es que existen muchas verdades religiosas, especialmente las que resultan contradictorias entre sí. Por ejemplo, decidir que si Cristo es Dios, Alá no puede serlo es una prueba fehaciente de intolerancia, según el articulista. Por las mismas, asegurar que si no existe Dios es imposible que exista, no es sino una prueba de fanatismo católico que, otro descubrimiento del señor Peces, es el único fanatismo que existe.

Demostración empírica de lo anterior es que la diferencia entre creyente y no creyente, primero en San Agustín y luego en Lutero, que conduce a la ciudad de los justos y los santos frente a las de los pecadores, incompatibles entre sí, es un anticipo de la distinción amigo-enemigo.

Pero cuando más me gusta Peces es cuando abandona la cosa del PP -que por amanerado aguanta excesiva crítica- y se centra en la clerecía, el verdadero enemigo del amigo: Todo, absolutamente todo, lo que el hombre moderno, liberado de los condicionamientos clericales, ha creado, todo lo que ha soñado y defendido es rechazado por la Iglesia en defensa de los sagrados derechos de los príncipes. Lamentablemente, don Gregorio no identifica el origen de la cita, aunque la muy tardía aportación de las comillas la convierte en sospechosa.

Tiene toda la razón el señor Barba: los que se sienten en posesión de la verdad son verdaderos fundamentalistas. Los hay que pensamos que sentirse en posesión de la verdad es mero sentido común, dado que si así fuera no escribiríamos artículos ni tan siquiera en El País, por la sencilla razón de que no tendríamos nada que decir pero tan curiosa postura se debe a nuestros condicionamientos clericales, si ustedes me entienden. 

Tan prudentes principios goyistas terminan do solía, en la Guerra Civil: Para nosotros, en España, después de los enemigos del siglo XIX, el momento álgido (supongo que el señor Barba no quería decir álgido, calificativo que expresa máximo frío, no máximo calor) de la dialéctica amigo-enemigo está en la motivación del levantamiento militar contra la República en 1936-39, en la Guerra Civil, donde se trataba de aniquilar al enemigo republicano y socialista y a todos los que defendieron la República.

Al parecer, los socialistas de la II República eran almas tolerantes, no envenenadas por las miasmas clericales, respetuosas al límite, especialmente con los cristianos, gente tolerante que se encontraron con un golpe militar que, miren ustedes por dónde, se llevó tras él a media España (a los intolerantes), quienes, naturalmente, no es que se sintieran perseguidos por el Régimen y porque los curas infectaron sus mentes y se sentían en posesión de la verdad.

Acabo de descubrir que el enemigo sustancial de don Gregorio es el sentido común. Tampoco pasa nada, porque es un intelectual, de lo que no se sienten en posesión de la verdad. Ni tan siquiera de ésta. Cuestión curiosa porque la tolerancia pecesbarbiana choca con el imposible de siempre en efecto, si nada es verdad ni nada es mentira, tampoco lo es el primer mandamiento de la tolerancia, que es precisamente ése: que nada es verdad ni nada es mentira.

Eulogio López

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