Klaus-Uwe Benneter no es considerado un duro en la socialdemocracia alemana (SPD). Más bien un hombre del aparato, de los que, como el viejo Andrei Gromiko, se sentaría sobre un cubo de hielo si así se lo ordenan sus superiores. Por eso, ha extrañado un poco su arremetida contra el Deutsche Bank. Para entendernos, el Deutsche es en Alemania como el Barça en Cataluña: algo más que un banco. Es el banco. Forma parte del Estado alemán, como la Cancillería, la Volkswagen (VW), los bosques de Baviera o la cerveza de Francfort. Y así, en pleno escándalo de sobornos a políticos por parte de multinacionales alemanas (VW, sin ir más lejos) resulta que Joseph Ackermann, presidente del Deutsche Bank, decide eliminar 6.400 empleos. El anuncio se hizo justo al mismo tiempo de comunicar que el grupo había mejorado su beneficio neto un 87% durante 2004.

Pues bien, Benneter ha pedido al banco que se quite el apellido alemán, porque no puede concebir que alguien mantenga ese logotipo y esa denominación con el daño que le provoca al mercado germano.

En la entidad (sutileza, que le dicen), hablan de que en un país que acaba de alcanzar los 5 millones de parados, 6.000 más casi que ni se notan. Pero, vaya usted a saber por qué, pero el hecho es que los sindicatos y los partidos políticos no han reído del chiste. Sin duda, falta sentido del humor. En serio, la gente del Deutsche advierte que el banco es una entidad privada, que él tiene que preocuparse de sus accionistas (de sus trabajadores, al parecer, no) y que de la economía alemana se ocupa el Gobierno.

Ackermann se siente crecido tras haber salido indemne del escándalo Mannesmann, pero, en cualquier caso, debería tener en cuenta al menos tres puntos:

1. La prioridad de un gestor no es el accionista, tampoco el trabajador, sino el cliente. El Deutsche, o cualquier otro banco o empresa, vive gracias a que alguien compra sus productos o paga sus servicios. Más bien, Ackermann debería argumentar que esa reducción de empleo no va a suponer una merma en el servicio.

2. En segundo lugar, las reducciones de personal no suelen hacerse en la empresa actual porque falte trabajo y, en consecuencia, sobre mano de obra, sino porque se lucha contra la competencia a costa, exclusivamente, de reducir costes. Resultado : existe un auténtico furor por el despido de personal y por la utilización de subcontratación, es decir, de precarización del empleo.

3. El Deutsche es una empresa privada, pero se aprovecha de lo público cuando le conviene. Incluso, de lo político. Por ejemplo, cuando seis meses atrás los norteamericanos del Citygroup pretendieron hacerse con el Deutsche, el Gobierno alemán les paró los pies. De otra forma, ahora Deutsche sería la filial europea de City.

Eso, para empezar a hablar. Pero lo curioso es que, al menos, en Alemania, el Gobierno se atreve a abrir la boca, e incluso solicita un boicot al Deutsche. Puede haber todos los motivos políticos que se quieran, pero llama la atención que al Gobierno español lo único que le preocupa es echar a los presidentes... no porque despidan trabajadores, sino porque no son amigos.

Eulogio López