10,35 hora local coreana, madrugada en España: el subsuelo del norte de la península coreana, uno de los países más pobres, donde la gente pasa hambre, y una de las tiranías más sangrientas del mundo, vibraba tras una explosión nuclear equivalente a 550 toneladas de TNT. Las autoridades norcoreanas dicen que la prueba ha sido un éxito y las reacciones del mundo parecen corroborarlo. Según los expertos, se trataba de la prueba definitiva para que Corea del Norte entre en el reducido club de los países con armamento nuclear. Ni tan siquiera Pequín, su único enlace con el resto del mundo aprueba el ensayo, aunque se conforma con calificarlo de temerario. El resto del mundo amenaza con todo tipo de sanciones, aunque la confusión en las chancillerías es total. Al mismo tiempo, Europa no parece restar dispuesta a aceptar la última sospecha sobre Vladimir Putin: que el Kremlin esté detrás del asesinato de la periodista Politkovskaya.

Justo en el momento en que ya nadie duda de que el presidente ruso pretende crear una OPEP del gas que le convierta en el mayor suministrador energético del nuevo combustible de moda en el mundo. Para ello le bastaría una alianza con Irán, Argelia y Nigeria, especialmente con el primero. Además Europa se ha condenado a sí misma a la dependencia de Gazprom, el gigante energético ruso que produce el 18% del gas mundial. En el mercado del petróleo ya se conoce a este movimiento como la nueva URSS del gas.

Sin embargo, lo más curioso es que ni el homicidio (¿?) de Estado ruso ni la explosión nuclear norcoreana han trastocado los mercados de valores ni el mercado petrolero, aún más sensible a los problemas políticos. Ambos mercados son cada vez más globales, pero, al mismo tiempo, más independientes. Les preocupan mucho más las estadísticas económicas que los terremotos políticos.