El ministro de Justicia, del Gobierno Zapatero, Juan Fernando López Aguilar, tiene un problema de vocalización. Cuesta entenderle, pero sobre todo cuesta comprenderle. En la mañana del martes dedicó una buena parte de su tiempo para glosar la labor de Gobierno, bueno, para ser exactos su labor al frente del Ministerio desde mayo de 2004, que -todos ustedes lo saben- ha sido magnífica.

Por ejemplo, Juan Fernando nos habló de uno de sus grandes logros: la modificación del Código Civil en materia de divorcio. Entre las novedades, de la reforma, figura la eliminación del deber de alegar causas de culpabilidad para romper una unión conyugal. De hecho, modesto que es el chaval, la reforma no elimina las causas de culpabilidad, sino las causas a secas. Ahora, para divorciarse en España sólo hay que quererlo, y en tres meses has roto el compromiso anterior. El incumplimiento de un acuerdo con el fontanero que te cambia la ducha puede resultar mucho más difícil que el incumplimiento de un compromiso de entrega de toda tu persona.

Y divorciarse en 9 días y sin causa alguna es un logro. Juan Fernando nos cuenta que así se reducen los casos de violencia doméstica, se reducen los costes emocionales, morales (¡morales!) y humanos, además de los económicos: En efecto afirma entusiasmado el señor ministro- desde la entrada en vigor de la ley (6 meses) los miles de divorcios que se han tramitado han reducido sensiblemente su tiempo medio de duración (el del divorcio, no el del matrimonio, aunque me temo que éste también). Las entusiastas cifras de Juan Fernando recuerdan el viejo chiste de aquel campesino navarro : ¿Que somos el segundo pueblo más blasfemador de la ribera: ¡Rediez, hemos de ser los primeros!

Escrito que la pavorosa crisis de la familia tiene mucho que ver con el aumento de la delincuencia juvenil -y, lo que es mucho más grave, de la tristeza juvenil-, pero Juan Fernando también ha penado en eso : se parapara para elaborar una ley del menor que le va a quedar chulísima. Y no una ley que imponga disciplina, no, sino una ley para colocarse con el joven delincuente.

Es cierto, también, que la crisis familiar está directamente relacionada con la guerra de sexos, es decir, contra la llamada violencia de género, más que nada porque la corrupción de lo mejor es lo peor, y la corrupción del amor en la pareja es el odio africano en la pareja, pero Juan Fernando, siempre al loro, lo tiene todo previsto : más medios, más juzgados de violencia de género, en lo que, por cierto, nos lo ha vuelto a asegurar, también castigará a la mujer que atente contra su compañero, aclaración pertinente que nos ha dejado tranquilo a todos los varones. También la mujer ejerce violencia, la más cruel de las violencias existente hoy, abonado a sus hijos no nacidos, pero Juan Fernando no se refirió a este punto, desconozco la razón.

El titular de Justicia está también muy orgulloso del matrimonio gay, lo mínimo que podía ofrecer a un colectivo tan marginado como éste (por favor, no dejen de leer, nunca después de comer, las educación que imparte, pagada con dinero público, es decir, suyo y mío, un colectivo tan marginadísimo como el gay).

Es más, López Aguilar amenaza con una futura ley sobe identidad sexual, que en breve presentará al Consejo de Ministros, se supone que con todas las opciones posibles: Homosexual, bisexual, transexual, zoofílico, e incluso, quizás, aunque no es seguro, heterosexual, ya saben, hombre y mujer. Un atavismo, lo sé, pero qué quieren: necesitamos hijos para que paguen los impuestos del mañana.

Sin embargo, con todo respeto, yo creo que aquí Juan Fernando, un progre de tomo y lomo, se queda un poco corto. Naturalmente, cualquiera tiene derecho a su libérrima opción sexual, que no debe depender de las crueles y vulgares imposiciones de la naturaleza.

Ahora bien, ¿es el sexo la única imposición natural? ¿Qué me dicen de la belleza? Yo quiero mi propia identidad estética. Sinceramente no me veo todo lo guapo que quisiera, y entre otras razones, este es el motivo, estoy seguro, por el que Catherine Zeta-Jones no me hace ni caso, la muy Una marginación que llevo sufriendo desde mucho tiempo atrás.

Y tampoco pido tanto. Simplemente me gustaría medir 20 centímetros más, rebajar el ángulo convexo de mi abdomen y un implante capilar. Si, además, no por afán crematístico, sino para conquistar a la Jones, mi cuenta corriente pudiera aumentar en unos cuantos millones de euros, es evidente que Catherine se lo pensaría tres veces. No llevo siglos, como los gays y las feminitas, sufriendo esta marginación por razones estéticas, pero sí años que pesan como milenios. Y el ministro mucho presumir de progresismo, pero no mueve un dedo para ayudarme.

Reclamo mi derecho a la identidad estética.

Eulogio López