Naciones Unidas asegura que lo de Sudán no puede calificarse de genocidio, aunque confiesa, y parece que le cuesta, que se detectan indicios de serias violaciones de los derechos humanos.

Tiene toda la razón el organismo que preside Kofi Annan, cada vez más comprometido con el Imperio de la Muerte y convertido en la fuerza de choque para instaurar el Nuevo Orden Mundial. En Sudán, no ha habido genocidio porque no se ha perseguido a una raza, sino a una religión: La de los cristianos. Pero no pasaría nada por haberlo tildado de genocidio, dado que este concepto ha sufrido un corrimiento (con perdón) semántico. Ahora genocida no es el que pretende legitimar a una raza, sino simplemente el más canalla de todos. Y lo de Sudán ha sido una canallada de las gordas.

En Sudán, lo que ha pasado, y aún continúa pasando, es que milicias controladas por el Gobierno fundamentalista islámico de Jartum han decidido aniquilar a sus enemigos, los cristianos del Sur y del Oeste. Pero cuando se trata de una masacre de cristianos, Occidente mira hacia otro lado o, si no puede hacerlo, recurre al solecismo. Así, por ejemplo, los periodistas llevan una década hablando del enfrentamiento entre el norte musulmán y el sur animista o cristiano. Ninguno de esos cronistas o articulistas se toman en serio el animismo, o religión primaria de creencias en los espíritus, sin una especial filosofía que lo sustente, pero, de esta forma, el genocidio cristiano queda diluido en una magma gris y bastante equívoco.

Verán, no hay norte musulmán, sino fanáticos musulmanes de corte almohade, que utilizan las milicias a las que teledirigen para incendiar, saquear, violar y destruir al infiel. Enfrente, hay unas guerrillas que se han tenido que formar de la noche a la mañana, simplemente para defender la vida. Esos son los cristianos, o animistas.

Tan seguro se sentía el régimen de Jartum que a comienzos de los años noventa pretendió convertirse en la capital mundial del terrorismo, capaz de atentar contra los intereses cruzados (es decir, occidentales) en cualquier lugar del mundo. Lo que ocurre es que Washington se molestó, y decidió enviarles unos bombardeos como advertencia. No para defender a los cristianos sudaneses, sino para defender la embajada norteamericana y los intereses empresariales de sus multinacionales en la zona.

Por eso, ahora, al final de la tragedia, o al menos casi el final, Naciones Unidas afirma que no hay genocidio (por decir algo a los hispanos, comparado con las matanzas del régimen sudanés, la Operación Condor del genocida Augusto Pinochet se convierte en una travesura adolescente).

No lo duden, el mundo, en general, y Naciones Unidas, en particular, amparados y representados por las grandes potencias de la tierra, están inmersos en una batalla. Su enemigo no son los cuatro jinetes del apocalipsis (esos más bien serían sus representados), sino Cristo. Y, como contra Cristo nada pueden, se ceban en los cristianos. Por eso, las conclusiones del informe sobre Naciones Unidas resultan, en términos diplomáticos, ligeramente molestas. Eso sí, no hay genocidio : hay cristianicidio.

Eulogio López