Todos los años llega a la cartelera alguna película modesta que nos emociona, que toca nuestra fibra más sensible, que nos hace salir de la sala de cine luciendo una sonrisa. El concierto consigue esto y algo más: conmovernos gracias al sentimiento y a la pasión que transmite la música clásica.

El artífice de esta emotiva y, al mismo tiempo, divertida película es el director rumano Radu Mihaileanu de quien ya conocíamos El tren de la vida, otra película con ingenio.

El protagonista de El concierto es un director de orquesta ruso, un auténtico maestro, que fue apartado de la música hace 30 años (en la etapa comunista) por motivos políticos. Desde entonces, y totalmente acabado, malvive limpiado el teatro Bolshoi que tantos triunfos suyos contempló en el pasado. Pero, un día, cumpliendo sus faenas como limpiador, se le ocurre la idea más descabellada de su vida: suplantar a la actual orquesta del Bolshoi en un concierto en París, reclutando a sus antiguos músicos y con el objetivo de cerrar página y vengarse por el trato recibido...

El concierto, en su arranque, tiene un aire familiar para el espectador español porque los infelices miembros de la antigua orquesta disuelta recuerdan aquellos personajes que poblaban las agridulces comedias  españolas de los años 50 y principios de los 60, esos que querían  lograr algo de forma cutrilla: sea recibir prebendas de los americanos o atracar a un banco. (Recuerden ¡Bienvenido mister Marshall! o Atraco a las 3). Personajes llenos de humanidad que se meten en el corazón a pesar de darnos a conocer sus pequeñas miserias. Pero, a medida que avanza El concierto, esta comedia se desboca  en escenas como la boda o la llegada de los músicos a París y su forma atrabiliaria de intentar exprimir ese viaje. Pero, a pesar de estos excesos humorísticos, el cineasta  Radu Mihaileanu nos está preparando para un desenlace inolvidable.

De hecho, en el desarrollo de la trama, este rumano judío parodia los excesos de la KGB y denuncia los tiempos oscuros del comunismo cuando las deportaciones a Siberia de los disidentes era moneda de cambio. Un régimen que, todavía a día de hoy, se ha ido de rositas por la Historia.

Merece la pena que no se pierdan esta joyita que les hará reír y llorar y que resulta una cita obligada para los amantes de la música clásica que, tras la contemplación de la película, irán raudos a comprar el vibrante Concierto para violín y orquesta de Tchaikovsky.

Para: Los que les guste disfrutar en una sala del cine. Imprescindible para aquellos que la música clásica les conmueva