Son como niños, pero menos graciosos. Los políticos nunca aprenden que los micrófonos siempre están abiertos.

Por eso, a Mariano Rajoy, presidente de la leal oposición y fervoroso centro-reformista, le han pillado explicándole a uno de sus segundos, Javier Arenas, que mañana, por el domingo 12, le tocaba el coñazo del desfile, algo apasionante. Ocurre que el desfile militar representa la celebración tradicional de la Fiesta Nacional, además del Día de la Hispanidad. No por nada no, sino porque lo más grande que ha hecho España en su historia es el descubrimiento, colonización y evangelización de Hispanoamérica -y algo de Norteamérica, oiga usted-.

Esto es lo que ocurre cuando falta autenticidad: el señor Rajoy no cree en España, pero necesita decir que cree porque nadie puede presidir el Gobierno de España si manifiesta no creer en ella. Para eso resultaba mucho más sincera que don Mariano, doña Michelle Obama, que comenzó a creer en Estados Unidos en el mismo momento en el que vio posibilidades reales de que su marido llegara a la Casa Blanca y ella se convirtiera en la primera dama, algo que mola mazo, como diría nuestros más conspicuos adolescentes.

Lo que demuestra, una vez más, que el señor Rajoy es un frívolo.

El presidente del Gobierno, por contra, no es un frívolo, sino un resentido. El señor Rodríguez Zapatero sí cree en España, sólo que la odia. Como Rajoy, tampoco puede decirlo, pues se quedaría sin trabajo, y es hombre que ama con denuedo su actual oficio, en el que aspira a mantenerse durante muchos años, pero lo cierto es que el Día de la Hispanidad le fastidia muchísimo.

Les explico por qué el presidente del Gobierno odia a España: ZP es un cristófobo, pero no es tonto -no, no es tonto. Ignorante cantidad, pero no tonto- y en cuanto piensa en España, surge en su mente, no puede ser de otro modo, el cristianismo, surgen los curas, con su repugnante hedor. Por ejemplo, la Fiesta Nacional se celebra el día de la Virgen del Pilar y como se da la indeseable coincidencia de que España -otra vez los curas- evangelizó América, resulta que la Virgen de Guadalupe se disputa con la advocación aragonesa el patrocinio de todo el mundo hispano: lamentable. Hoy, casi el 50% de los católicos del mundo hablan español.

Y estamos a 12 de octubre. Días atrás, el miércoles 7, se celebraba otra de las gestas que dan sentido a España, el país que retuvo el avance de la herejía -pelín salvaje- islámica por Occidente y acabó con el peligro turco -precisamente el socio de ZP en la alianza de civilizaciones- en la batalla de Lepanto. Fecha en que ¡maldita sea- otra vez la ralea clerical asoma su espantosa nariz y, como no podía ser de otra forma en la Tierra de María, es la Fiesta cristiana de la Virgen del Rosario, oración a la que los hombres de don Juan de Austria encomendaron la victoria.

Es el drama del progre ZP y de la entera progresía europea: ¿Como explicar este país, como explicar este continente, si detrás de cada conmemoración, de cada efemérides, de cada fiesta, de cada trozo de calendario, de cada retazo de historia, surgen la pestilencia cristiana? ZP sí cree en España, sólo que pretende cambiarla, hacer una España laica, que es como un jardín sin flores o como eso otro que no quiero escribir porque se me enfadan mis amigos navarros. 

Por cierto, que los argentinos siguen hablando del Día de la Raza, sin el menor temor a que les califiquen de racistas, quizás porque no están tan estúpidamente controlados por lo políticamente correcto. En efecto, la gran diferencia entre la colonización española y la anglosajona es que mientras ésta estaba inspirada (casi todas las revoluciones surgen de una filosofía; yo prefiero las filosofías que surgen de una revolución) en el determinismo calvinista y puritano, según el cual el indígena podía ser eliminado porque, total, iba a condenarse, en aquélla, en la colonización católica, la denostada influencia clerical obligaba, en los límites de la monogamia, a casarse con las naturales de la zona. Y la prueba del nueve de lo que digo es que de la colonización anglosajona no surgió raza alguna mientras que de la colonización española surgió el mestizaje entre españoles-o portugueses, que también esto es gloria suya- y los pueblos indígenas. Con todos los abusos que se quiera, peor el peor abuso era la eliminación de los indígenas. Aún hoy en día, en Estados Unidos no hay más mezcla de razas que aquéllas que han venido empujadas por la inmigración católica, italiana o irlandesa, y,en cualquier caso, es mínima. Por contra, el 80% de la población hispana es mestiza. En otras palabras, no existe la raza anglo-india, ni franco-magrebí, ni holandeso-indonesa, pero existe la raza hispana -¡no latina, puñetas!-. Así que la denominación Día de la Raza es perfectamente lógica.

Ergo, celebramos la fiesta nacional española entre un frívolo que pretende mantenerse en la palestra y un resentido que pretende reescribir y recrear España, aquejado de Cristofobia y con un solo dogma en la cabeza: destruir el dogma cristiano. Pero no se apuren, este país tiene los huesos duros, precisamente gracias a su fé, y además, recuerden el viejo grafito: Dios ha muerto: Nietzsche. Y después: Nietzsche ha muerto. God.

Eulogio López