Tras haber contemplado la película (una adaptación muy fiel de la novela de Dan Brown) vuelvo de nuevo a asombrarme de que El Codigo da Vinci, una obra de bajísima calidad literaria, haya logrado tal polémica. Y es que los despropósitos históricos, religiosos y artísticos, que aparecen en la obra de Brown, se repiten en la película. Si una novela de estas características se hubiera publicado en los años 70 (donde los autores de best seller se documentaban y no eran unos ignorantes funcionales como Brown) ningún cineasta de renombre se hubiese molestado en trasladar la historia a la pantalla. Por el contrario, en la España del 2006, la película de El Código da Vinci se estrenará en 750 salas de cine. Es decir, todo un récord

 

El increíble relato de ficción que Dan Brown vende como una obra bien documentada histórica y artísticamente (según declaraciones realizadas a diversas televisiones norteamericanas) es el siguiente: Tom Hanks encarna a un profesor, un simbologista llamado Robert Langdon, quien es reclamado por la policía francesa para acudir una noche al Museo del Louvre cuando es asesinado un conservador. Este ha dejado tras de sí un misterioso rastro de símbolos y pistas. Langdon, ayudado por la criptógrafa de la policía Sophie Neveu (Audrey Tautou), descubre una serie de asombrosos secretos ocultos en las pinturas de Leonardo Da Vinci, pistas que apuntan a la existencia de una sociedad (El Priorato de Sión) encargada de custodiar un antiguo secreto que ha permanecido oculto durante dos mil años.

 

Podríamos detallar algunas de las burradas que Dan Brown imaginó y que el guionista Akiva Goldsman (un habitual colaborador del director Ron Howard) ha trasladado sin rubor a la pantalla, pero para una pormenorizada relación tienen libros tan brillantes como La verdad del Codigo Da Vinci, de José Antonio Ullate, publicado por la editorial Libros Libres.

 

Por ello, y ciñéndome a aspectos puramente cinematográficos, la película resulta lenta, aburrida y plana: un peñazo de 150 minutos de metraje. El director Ron Howard no ha sabido imprimir ritmo ni emoción a un relato que mezcla esoterismo y misterio, al mismo tiempo que repite el discurso dogmático, y sin ningún tipo de pruebas, que aparecía en la novela y que cuestiona asuntos tan serios como la divinidad de Cristo. Tampoco ha estado afortunado el cineasta en la dirección de actores. En el caso de Paul Bettany el resultado es patético. El famoso monje Silas encarnado por este actor (por cierto, esa es una de las muchas inexactitudes del libro de Brown, no existen monjes en el Opus Dei) parece una nueva versión del siniestro Emperador de La Guerra de las galaxias

 

Para concluir, y no extendernos en una película que no lo merece, El Código da Vinci carece de suspense. Desde las primeras secuencias se vislumbra quién es realmente el personaje de Sophie Neveau, y les puedo asegurar que eso no se debe a que yo vea mucho cine.

 

Para: Para aquellos que sepan tragarse todo tipo de sapos históricos, culturales, religiosos etc y no les importe, además, aburrirse un poco.