No sé ni Herman Cain, el candidato republicano a la Casa Blanca es culpable de acoso sexual.

A tenor de los escándalos que surgen en la prensa norteamericana, uno diría que no ha tenido tiempo en su vida para otra cosa que no sea perseguir a toda hembra que se haya movido en su radio de acción.

Sospechosa la acusación, por cuanto la única acusadora que ha dado la cara lo ha hecho de la mano de la abogada feminista Gloria Allred, dedicada al lucrativo negocio de poner en entredicho a todo varón que vea a la mujer como algo más que un objeto para su uso personal. Sí, por ejemplo, todo defensor de la vida del no nacido y de la familia natural. Cain, al que ahora se presenta como Caín, lo es, y eso no puede permitirse en modo alguno. Hay que matarlo antes de que se convierta en un Bill Clinton, al que resulta mucho más difícil tumbar cuando ha llegado a la cumbre.

No exagero sobre el papel del lobby feminista y demás adalides de la ideología de género, la batalla más estúpida planteada por la modernidad, que enfrenta una mitad con la otra media. No, no exactamente a hombres contra mujeres sino a mujeres degeneradas y 'feministos' aprovechados que utilizan a las mujeres para medrar en la vida política. Ya he dicho que sólo hay algo más tonto que un obrero de derechas: un varón feminista.

Las feministas se dedican al noble deporte de marginar a las madres, matar a los hijos, defender a las prostitutas, manipular las leyes y masacrar a los varones. Los mandamientos del feminismo son los antedichos: odian la maternidad así que defienden el aborto y consideran que la mujer que decida hacer lo mismo que sus madres, dar a luz, es poco menos que una imbécil. Las feministas odian también a los niños, porque los niños son inocentes y eso les molesta mucho.

Naturalmente, su aversión a la maternidad les lleva a ensalzar la prostitución. Eso sí, libre de proxenetas, no porque el proxeneta resulte despreciable sino porque es varón.

Manipulan el derecho y las leyes, puestas al servicio de su venganza. Ejemplo: la ley contra la violencia de género o la ley española de igualdad. Con este tipo de normas han conseguido cargarse la presunción de inocencia y así sin prueba alguna ni diligencia alguna, los varones van a prisión por el mero hecho de haber sido acusados de violentos por sus esposas. Esas mismas leyes se encargan de reducir la violencia física, lo que supone sencillamente, considerar que el ser humano no es más que un animal irracional que sólo ofende cuando levanta el brazo. Por último, las feministas se dedican a mentir. Cuando una mujer quiere divorciarse de su esposo lo único que tiene que hacer es mentir: dice que le ha pegado y lo consigue todo: hijos, patrimonio y vengarse de su pareja, quien, con un poco de suerte, termina en prisión. Y si no consigue todo eso, es igual: el honor de su esposo, presunto inocente, quedará destruido para siempre. En resumen, el virus feminista incapacita a la mujer para amar. Las feministas andan desamoradas; por desamoradas, degeneradas; por degeneradas, desquiciadas. Y con una mala leche de aúpa. Al final, feminismo siempre acaba en lesbianismo.

Volvamos al candidato Cain. Ahora ha surgido la primera dispuesta a acusarle de un hecho concreto. Menos mal. Hasta ahora sabíamos que se le acusaba pero no sabíamos de qué. Se aprovechaban los demócratas de un país como Estados Unidos, donde el virus feminista ha cundido de tal forma que le llamas guapa a una mujer y te denuncia por acoso. Así de sucios nos hemos vuelto: el piropo no se entiende sino como proposición de fornicación.

En plata, si Herman Cain se ha aprovechado de su cargo directivo para ofender a una subordinada caiga sobre él todo el peso de la ley y del desprecio de los demás. Pero, mientras no se demuestre lo contrario, seguiré considerando a Cain como una víctima más del feminismo imperante. Por cierto, ¿una mujer que viste de forma insinuante no está acosando al hombre? Ahora bien, si se le ha acusado falsamente, presuponiendo lo que no era o sencillamente inventando, lo que no fue no parece mucho pedir que caiga sobre la acusación y sobre los abogados profesionales del acoso, todo el peso de la ley. Porque hay ya demasiadas Glorias Allred (y no hago prejuicio de su apellido, créanme. Ojalá fuera roja y no progre).

Otro sí: ¿por qué todos los que defienden la vida son acusados de rijosos? ¿Por qué se aprovechan, como en el caso de la pederastia clerical -gravísima, sin duda- para generalizar que todos los curas son unos pedófilos, cuando la Iglesia lo considera un pecado gravísimo y lleva siglos luchando contra ello?

Digamos que, de entrada, lo de Herman Cain me resulta sospechoso.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com