En la tarde del lunes 27 a punto estuvo de producirse un motín en el aeropuerto de Barcelona. Los pasajeros del puente aéreo Barcelona-Madrid que deberían haber salido de El Prat comenzaron a encorajinarse cuando vieron que daban las 10 de anoche, nadie les decía nada, y encima Iberia pretendía llenar otro vuelo muy posterior. El asunto llegó a tales extremos que todos los empleados de la compañía desaparecieron de los mostradores y con ellos la posibilidad de reclamar.

No es una situación nueva y Barajas aún está peor. Los retrasos son habituales en el aeropuerto madrileño, enlace entre Europa y América y pieza clave del entramado aéreo español.

Ahora bien, en esta ocasión, la principal causa de los retrasos es el pulso que mantienen los controladores con Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea (AENA), es decir, con el Ministerio de Fomento. Pero esta vez, la culpa no la tienen las compañías. De hecho, las compañías de Red lo sufren más que las demás porque sus enlaces se dificultan mucho, lo que aumenta el riesgo de overbooking Los controladores están llevando a cabo una huelga de celo encubierta. Por una parte, están enfadados con AENA por el retraso con el que se prorrogó el acuerdo sobre horas extras (un controlador cobra 600 euros por seis horas extra), un acuerdo firmado, pura casualidad, por Álvarez Cascos en vísperas del 14-M de 2004. Pero hay un desacuerdo más de fond los controladores, sencillamente no quieren trabajar tanto, no quieren hacer horas extra. A partir de ahí, cualquier cosa es posible.

AENA insiste a las aerolíneas más relevantes que el asunto quedará solventado en cuestión de horas y que luego lo único que hay que hacer es esperar unos días para lograr la normalización. De cualquier forma, el poder de algunos colectivos minoritarios es cada vez más fuerte.

Por cierto, Manuel Azuaga fue colocado en la presidencia de AENA por la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez. Provenía de Cajasur, la entidad de confianza de doña Mandatela