Hay que reconocer que el presidente de BBVA, Francisco González, tiene más vidas que un gato. El vuelco electoral ha paralizado la operación que el Santander Central Hispano (SCH) de Emilio Botín estaba preparando para absorber a su gran competidor, el BBVA. Una absorción que estaba preparada por entregas, con la compra de una participación del BBVA por parte del SCH, como plataforma para alcanzar cimas más altas. Naturalmente, para eso se necesita el apoyo del Gobierno, y si hemos de creer a un alto directivo del SCH, había luz verde. 

Así era. En el fondo, Emilio Botín ya intentó el asalto a su gran rival, el BBVA, sin que las advertencias de las autoridades comunitarias encargadas de velar por la libre concurrencia sirvieran de mucho. A fin de cuentas, los alemanes también pretenden fusionar sus marcas para no ceder soberanía financiera a un extranjero. Y, también a fin de cuentas, se trataba de una operación hostil que aprovecharía la soledad de Francisco González. Entendámonos, FG ha retenido el mayor poder de un presidente dentro del banco, pero es un poder muy al estilo Zapatero: se controla el aparato, a consejeros y directivos, temeroso del jefe, se controla al equipo jurídico y al de comunicación, pero no controla ni el negocio ni la red de oficinas. De ganar dinero se ocupan otros, considera. Ahora bien, lo que olvida FG es que, ante una situación de crisis, por ejemplo, ante una OPA hostil, el control de la red es fundamental. Es la red quien obtiene las representaciones de voto y quien moldea a la organización para la batalla o para la rendición.

Por eso, Jesús María Caínzos, vicepresidente de BBVA, fue cesado por FG tras mantener unas conversaciones que irritaron al presidente de BBVA, entre otras, una con su buen amigo, el consejero delegado de SCH, Alfredo Sáenz.       

Ahora, con el PSOE en el poder, y con Miguel Sebastián, a quien FG despidió del banco, en el templo zapateril, podría ser un buen momento para reforzar la operación, pero no se puede declarar la guerra a un colega con un Gobierno en pleno interregno. Eso sí, nadie discute que Zapatero no esté contento con la labor.

A fin de cuentas, fue Zapatero quien pronunció aquella famosa frase de que no iba a pedir la dimisión a los presidentes de empresas privatizadas nombrados por el Partido Popular, sino que esperaba se la presentaran ellos "motu proprio".