Con el nobilísimo propósito de vender más ejemplares una periodista se ha disfrazado de afgana con burka y se ha puesto a pasear por Madrid, para palpar la actualidad, que le dicen.

El reportaje se ha publicado en un semanario más feminista que femenina. Esto quiere decir que los lectores del tal semanario aun no han descubierto que a las mujeres les aburre muchísimo la política de la queja, salvo que lo hayan convertido en un lucrativo medio de vida, naturalmente, y que lo que quieren no es cambiar de vida sino disfrutar de ella. Esto es una bella frase que quiere decir lo siguiente: a muchas mujeres, el feminismo les parece una plasta insufrible. De la reivindicación plasta-feminista, cogen lo que les conviene (o lo que no les convine, pero les apetece) y dejan lo demás.

Pero estábamos con el burka. La autora se dio un garbeo por los madriles, con los 40 grados que mantenemos en la capital desde hace tanto tiempo. Lo que indica que además de feminista es algo masoca. Pero el resultado literario es de Pulitzer. ¿Qué no me creen? Lan, lean:

¿Es un fantasma?, pregunta el niño. No hijo, es una señora, responde la madre. Déjense llevar por la magia del momento, sólo por un momento. Porque el niño, digámoslo claro, tenía toda la razón, aunque se equivocó en su perspectiva de género. No, querido hijo debió responder la mama-, no es un fantasma, es una fantasma, probablemente tía de Casper y natural de Canterville.

Pero no, una escritora, especialmente si es feminista, resulta mucho más profunda que todo eso, por lo que extrae la siguiente reflexión-sentimento : El resto de la gente lanza una mirada rápida y horrorizada (no me extraña nada, con el calor que hace en el metro, está chiflada) y luego finge que soy invisible. No sé exactamente que pretendía la doña: que la miraran, que se dirigieran a ella en términos coloquiales. Por ejemplo : ¿Cómo te llamas, prenda? ¿Qué modelo más mono, te queda que ni pinado?

Nuestra autora se molesta porque el burka le convierte en alguien invisible (lo dudo), inexistente. Y sigo preguntándome. Exactamente, ¿Qué pretendía la susodicha?

Un par de veces, para llenar el tedio de las tardes estivales, algún amigo y yo nos hemos puesto a pedir limosna en la puerta del metro. Quizás por el hecho de que ambos llevamos corbata, no conseguimos ni un euro. Pero tampoco sufrimos el terror de la invisibilidad y la inexistencia. Si acaso, el pitorreo de los viandantes, más agarraos que un chotis. Quizás es que, como ni mi amigo ni yo éramos feministas, no podíamos comprender la profunda sutileza que ocultan este tipo de experimentos de investigación periodística profunda.

Pero la puesta en escena no había terminado. La revista nos explica que nuestra heroína quería conocer la reacción de los ciudadanos ante la visión de una mujer sin rostro y sin cuerpo. Su relato refleja la angustia por esa mezcla de miedo e indiferencia que su presencia provocó en su entorno.

Pero hombre qué tontería, si lo que los madrileños están ahítos de ver son rostros y cuerpos de mujer, por lo general más desprovistos de coberturas los segundos que los primeros. No sé yo si un burka me provocaría miedo o indiferencia, pero tengo para mí que disfrutaría del contraste.

Además, todo esto es una tontería, porque el madrileño de a pié contempla hoy a una señora embutida en un burka y lo primero que hace es buscar la cámara oculta.

Dicen, y lo dicen ellas, que a partir de los 40 la mujer se vuelve invisible. Ahora bien, para ser el centro de atención de quienes te rodean, la parte más sensible de toda fémina, no hace falta ponerse un burka. Es decir, no hace más que convertirse en una hortera, y encima con pretensiones literarias.

Los clásicos hablaban de la mujer discreta, porque nunca la creyeron necia, una condición que, por el contrario, siempre asignaban a un buen número de varones. La quisieron discreta porque sabían que el exhibicionismo constituye su principal tentación. Y en Madrid se puede ser exhibicionista de minifalda o exhibicionista de de burka, lo mismo da. Por mi parte, conozco muchos hombres necios, pero ni a una sola mujer. Y las pocas que lo parecen lo son porque empeñarse en subir al proscenio, en lugar de permanecer en segunda fila, que es donde desarrollan su labor los granes hombres y las grandes mujeres. Lo que quiero decir es que no conozco a una sola mujer necia pero sí a muchas mujeres cretinas. Y créanme todas ellas proceden del vedetismo, lo único que puede entontecer a la hembra de la especie son aquellas que han confundido el deseo de amar y ser amadas con la imposición de la seducción a varones con algo menos de dos dedos de frente.

En el ámbito artístico y periodístico encontrarán una buena dosis de vedetismo, y comprobarán que todas ellas son feministas. En España, en Iberoamérica y en Sebastopol.

Eulogio López