Como tantos políticos o líderes culturales (los más peligrosos, porque la cultura no precisa liderazgos), el amigo Breivik, el multiasesino noruego, asegura que no se arrepiente de nada y que volvería a hacerlo.

No hay que asustarse. Es lo lógico: precisamente es un asesino porque no se arrepiente de nada. Aquel que se arrepiente, acaba por cambiar, y no hay cambio, ni mejoría, sin arrepentimiento. Pero recuerden cuantos progres repiten esa misma frase del homicida ahora juzgado: yo no me arrepiento de nada. Y lo malo es que son sinceros.

Respecto a la pena de muerte sí, pena de muerte no, es un debate un poco amañado. Me recuerda a las comparaciones entre las colonizaciones inglesas y españolas. Se nos dice: oiga, los ingleses colonizaban mejor: miren ustedes, el desarrollo de Norteamérica, primera potencia del mundo y miren ustedes dónde se queda Hispanoamérica. Y es cierto en el momento actual y por lo que al progreso material se refiere. Ahora bien, los colonizadores británicos simplemente aniquilaron a la población autóctona -es decir, le aplicaron la pena capital, al grito de muerto el perro se acabó la rabia-. Y la suplantaron por los colonos, mientras los españoles intentaron elevar a los indígenas y acabaron en mestizaje.

Lo de los británicos no fue una colonización sino una conquista. Era más fácil, como más fácil es matar a Breivik que mantenerlo en la cárcel.

Por lo que pregonaba El Señor de los anillos: "si no puedes dar la vida no te apresures a otorgar la muerte".

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com