Me sorprende que ante la menor alusión a la evanescente figura del Anticristo o a la parusía, enseguida haya quien tome al enunciante por chiflado. Una especie de tipo raro que suscita lejanía e incluso algún temor. Ante todo, en ambientes cristianos, será un señor al que hay que marginar. Y sin embargo…

El anticristo y la gran tribulación aparecen en el Catecismo de la iglesia católica (número 675) en directa relación con los últimos tiempos: "Antes del advenimiento de Cristo la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de muchos creyentes. La persecución que acompañará a su peregrinación sobre la tierra desvelara el 'Misterio de iniquidad' bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante la apostasía de la verdad".

Ni sólo ordinario ni sólo lo extraordinario: ambos

Esto es, lo que repiten sin cesar las distintas apariciones marianas, muy frecuentes en el siglo XX y XXI, así como las voces proféticas que tildamos como producto de la ignorancia.

Y así llegamos al reconocimiento magisterial, anclado en el evangelio y en la tradición magisterial. Continúa el catecismo: "La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne". O sea, como quien dice, aquellas palabras de Zapatero (tranquilos, no es el Anticristo, en tal caso el antipaciencia) de que es "el hombre el que ha creado a Dios", o si lo prefieren en tono doctrinal: "No es la verdad la que os hará libres sino la libertad la que os hará verdaderos".

Reparen en que, según el Catecismo, el Anticristo puede ser quién o un qué. En cualquier caso, la señal del fin de la historia acontecerá cuando el hombre se erija en Dios, en medida de todas las cosas, que ante nadie responde porque él es su propio dios y su libertad es la que crea la verdad.

Pero sí, es cierto que el gusto morboso por lo extraordinario es tan peligroso como su negación. Para demostrarlo, nada mejor que acogerse, precisamente, a una manifestación extraordinaria, una de esas voces proféticas, la de un ama de casa madrileña -es decir, bien poca cosa- llamada Margarita, a la que Cristo comunica lo siguiente: "Todos estos avisos os van a venir por no cumplir la Voz de Dios en vuestras vidas. ¿Por qué afanarse por conocerlos y no por cambiar, que es lo que podría evitarlos".

Y ya metidos en harina: "Ovejas extraviadas, que corren veloces tras manifestaciones extraordinarias. Sin embargo, suelen ser reacias a cumplir la voluntad de Dios poco a poco, en la cotidianeidad y normalidad de sus vidas… se van detrás de los signos extraordinarios pero no del contenido".

Ni sólo lo ordinario ni sólo lo extraordinario: los dos. Entre otras cosas porque la propia existencia es algo formidable, extraordinaria.

Eulogio López

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