La frase es, claro, de Chesterton, y me ha venido a la mente con la noticia de la muerte –homicidio y suicidio, serían más adecuados- de la paciente granadina que sufría distrofia muscular. No se trata ahora de recordar que la eutanasia es tan digna que exige un cómplice que comete un asesinato y un protagonista que perpetra el peor de los homicidios, el suicidio.

No, resulta más sencillo hablar de la sublime falta de gratitud que supone el desprecio por la vida. "No nos han pedido permiso para venir al mundo", clama el progre en el colmo de la ingratitud, que todo sabemos que si fuera posible el imposible metafísico de elegir entre la nada y la existencia, el porcentaje de quienes optaría por la última sería del 101 por 100.

Da la impresión, al contemplar la raza humana, cada día más difícil de satisfacer, al menos en el sector occidental, que sólo quien vive desea morir, sólo el agraciado se permite el lujo de despreciar tamaña maravilla, de la misma forma que el niño mimado se permite el lujo de despreciar lo que tantos anhelan.

Porque lo peor de la progresía no es las necedades que comete: lo peor de la modernidad es la desesperanza. El agradecimiento por la vida recibida no sólo es la más elevada virtud, sino la forma más alta de pensamiento.

Eulogio López