Sr. Director:

Cada mañana, al entrar en el aula, cuando veo las caras de mis alumnos esperando en pie junto a sus pupitres mi saludo habitual, me vienen a la cabeza las mismas preguntas ¿qué esperan estos chavales de mí? Y sus padres ¿han aparcado aquí a sus hijos para que los tenga entretenidos por unas horas o  durante ese tiempo, a lo largo de todo el curso escolar, han depositado su confianza en el colegio para que se les eduque de una manera concreta?

Por lo que respecta a los niños encontraríamos repuestas de lo más variopintas. Uno, que detrás de esas miradas simpáticas descubre un universo de personillas dispuestas a comerse el mundo con tal de ver contento a su maestro, siente la necesidad de dejar atrás -en el clavo que hay siempre al otro lado de la puerta- las preocupaciones, los agobios o las noticias de los desastres del día, se pone las pilas, sonríe y, tras la breve oración de la mañana, empieza a trabajar con ilusión en la aparente rutina de cada jornada. Esos ojillos lo merecen todo.

Tengo la inmensa suerte de conocer a todos los padres de mis alumnos, por lo que tampoco se me plantean muchas dudas respecto a la segunda cuestión. En los ratos de conversación de la tutoría, en la medida que la relación se hace más frecuente, aumenta el nivel de confianza. En muchas ocasiones pasamos del interés por el rendimiento escolar del alumno a los objetivos de formación humana que, entre ambos, queremos alcanzar con su hijo. Hablamos de los valores que queremos que desarrolle o que descubra: laboriosidad, sinceridad, reciedumbre, constancia, solidaridad, trato con los compañeros un sinfin de propuestas que según cada caso debemos tener en cuenta para formar a esa personilla.

Por supuesto, no dejamos atrás el aspecto espiritual, trascendente, que también queremos modelar. No se suelen conformar los padres con una simple formación ética. Normalmente piden una base que conforme simultáneamente esa formación de principios morales. Piensan, pensamos, que una buena formación religiosa es el mejor cimiento. A lo blanco se le llama blanco, a lo negro, negro; lo absoluto es absoluto y lo relativo, relativo.

Me pregunto ahora ¿Quién es el Estado para interferir y desvirtuar este apasionante mundo de la educación de personas para convertirlo en la fabricación de simples marionetas al servicio de los caprichos de los gobernantes de turno?

Jesús Alonso del Real Montes

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