Sr. Director:

No sé por qué pero me da pánico y pavor al mismo tiempo. Leo y releo con espanto, en Levante de 26 de septiembre, el propagandístico reportaje de Isabel Olmos sobre el comienzo del curso escolar en la escuela del Centro Cultural Islámico de Valencia, titulado "Aulas contra el desarraigo" y, debo confesarlo públicamente, a pesar de su trabajada apariencia de normalidad, con un estilo entre la publicidad más deontológica y el eclecticismo de enciclopedia, he tenido que correr a ponerlo a buen recaudo para que no caiga en manos de quien no debe. Y sólo por esto, fíjate qué menudencia: no termina de ser imparcial.

La verdad, y ahora ya en serio, no me parece nada mal que la periodista, a quien presupongo buena fe, se ofrezca a cantar las evidentes virtudes de esos densos matinales de cuatro horas intensivas de adoctrinamiento ideológico impartido en árabe por el Centro a ciento cuarenta menores, con la connivencia y la sustanciosa subvención de la Consejería de Bienestar Social. Tampoco me extraña, en modo alguno, que el concejal de Educación, Emilio del Toro, se preste a realzar con su institucional presencia tan emotivo acto. Mucho menos me extraño que se pidan todavía más y más subvenciones oficiales. Me parece todo tan normal

Lo que encuentro francamente intolerable es que, seguramente por falta de espacio, no se haya extendido nadie en el curso del artículo de hacer la apología sobre la letra pequeña de tan espiritual compromiso, en concreto, sobre el poder integrador, por ejemplo, de la brutal circuncisión religiosa de la infancia en general, y de la de todos los niños en particular que practican sus correligionarios. También es sospechosamente lamentable que, en aras al acostumbrado y socorrido derecho a la intimidad, no se haya escuchado a ninguno los desvalidos menores.

Algunos podrían dar escalofriantes detalles de los métodos quirúrgicos empleados, complementariamente, para evitar su desarraigo y de los efectos irreparables de las creencias mahometanas sobre sus propias y genitales carnes. Sin ir más lejos, mi pobre hijo. Después de todo, ahora le dicen que si reza le comprarán un cartucho nuevo para su Game Boy. Basta.

José Francisco Sánchez

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