No es el Estado quien debe organizar la educación sino quien debe financiarla. El Estado no educar, gestiona. Sin embargo, en Europa estamos tan acostumbrados a que el Estado se encargue de todos los aspectos de nuestra vida que delegamos en él hasta nuestras libertades, dejación asaz peligrosa, porque el Estado no tiene alma.

Y el problema no estriba en que el Estado sea público, sino en otras dos razones bien distintas:

1.El Estado se concreta en el Gobierno de turno, que es quien ejerce sus potestades, así que más vale, por nuestra libertad, que los gobiernos no se eternicen en el poder.

2.El Estado no es malo por ser público sino por ser grande. Todo lo grande atenta contra lo pequeño, es decir, contra la persona y la familia. Todo lo grande abusa de lo menudo y tiende a tiranizarlo.

Éste es el verdadero debate político, entre lo grande y lo pequeño, no entre lo público y lo privado. Hoy, nuestro enemigo no son las nacionalizaciones sino la concentración del capital privado, por tanto del poder, en pocas manos. Nuestro verdadero enemigo no son las estatizaciones sino las fusiones empresariales y la globalización.

Por eso, uno tiene la sensación de que los católicos erramos en el debate sobre la educación. Defendemos demasiado a los patronos de la enseñanza que sean curas o laicos, son patronos y tienden a comportarse como tales- en lugar de defender a los padres, que son los sujetos de la educación hasta que sus hijos crecen. De hecho, ¿estamos seguros de que en los colegios católicos se imparte enseñanza cristiana? ¿En cuántos de ellos los curas se han convertido en gerentes mientras los contenidos, que es lo que importa, quedan en manos de laicos no comprometidos e incluso cristofóbicos? El caso del Santo Ángel de Albacete resulta esclarecedor.

Digo, pues, que los cristianos, y los millones de no cristianos que consideran que son los padres -y no los funcionarios o los empresarios de la enseñanza- quienes deben tener la sartén por el mango, nos estamos equivocando de bandera. En materia educativa, lo que debe defender el partidario del principio innegociable de la libertad de enseñanza es el bono escolar y las reválidas externas. Sobre todo, lo primero.

Es el cheque quien otorga a los padres el poder para decidir qué educación desean para sus hijos. Y a lo mejor, incluso los no practicantes, incluso los no creyentes, lo que anhelan es que a sus hijos se les enseñe, no el hecho religioso, sino a hablar con Dios.

El segundo problema de la educación es su falta de preparación. Pues bien, el sistema de reválidas funcionó muy bien durante mucho tiempo. Y ahí sí puede jugar un papel el Estado o la comunidad educativa: la exigencia de un mínimo de conocimientos para moverse como personas adultas que han abandonado el pesebre. Sobre todo, que los alumnos sepan leer y escribir, las cuatro reglas y un poquito de historia cuando lleguen al bachillerato.

Cheque escolar y reválida: éste podría ser un programa cristiano para la enseñanza. Un programa político que, insisto, apoyarían muchísimos padres no cristianos.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com