Es curioso: el primer argumento de quienes se oponen a la propuesta Sarkozy, que servidor hacía suya en la anterior edición, consiste en asegurar que, tal y como ocurriera en 1973, si perpetramos tal cosa, se disparará la demanda de crudo... como ocurrió en España en 1973.

La verdad, observando los crecimientos de los años setenta y ochenta en España, uno diría que en esa época consumimos más petróleo porque el Gobierno bajara los impuestos sobre hidrocarburos, sino porque eran años de industrialización acelerada, maravillosa industrialización que nos trajo mayor bienestar, porque el bienestar en España comenzó precisamente entonces.

Pero dejando eso a un lado, me sorprende ese miedo al crecimiento de la demanda. La gente no llena el depósito cuando baja la gasolina sino cuando lo necesita para trabajar o cuando su bolsillo le permite viajar más. No veo nada malo en ninguna de ambas actividades. Uno sospecha que quienes así razonan poseen una extraña concepción del hombre: el de un obseso de las gasolineras. Lo mismo, sólo que con más ahínco, puede decirse del transportista: no creo que se levante cada mañana con incontrolables deseos de llenar el depósito: lo llena cuando no tiene otro remedio que llenarlo.

Pero la filosofía de fondos de los opositores a la reducción de la fiscalidad sobre los hidrocarburos me parece aun más peligrosa, y es una derivada del maravilloso ecologismo con la que disfrazamos nuestras vidas. Ante cualquier reto económico, la solución que le ocurre a nueve de cada 10 estudiosos consiste en ahorrar, en lugar de consumir. Y yo me pregunto: ¿Por qué? Si hay demanda de energía, por qué no producir más energía? Llevamos medio siglo obsesionados por el marketing, por cómo vender, y ahora que nos quitan el producto de las manos nos da por ahorrar. En el mejor estilo del siglo XXI, nos quejamos de la sequía y luego nos abrimos las carnes frente a las inundaciones: el caso es quejarse.

Tengo para mí que la primera lección de la carrera de Económicas debería ser ésta: No hay que ahorrar, hay que producir, que la producción siempre ha sido mucho más humana, más propia de un animal racional, que el ahorro, la creatividad mucho más insigne que el almacenamiento. Y si la producción provoca contaminación, entonces produzcamos árboles que purifiquen el aire. El verdadero problema constituiría en que la gente no tuviera qué consumir o con qué consumir. La abundancia, en principio, tiene mejor arreglo que la carestía. Vamos, digo yo.

Sí, estoy de acuerdo en que utilizar el petróleo para que anden los automóviles resulta, cuando menos, curioso, aunque no tanto como plantar trigo para fabricar biodiesel. Por eso hay que perseguir el coche eléctrico, que, como es lógico precisa de fuentes de energía de producción masiva -principalmente nuclear- es decir, las más negadas por los obsesos del ahorro y por los melancólicos ecologistas que han impuesto la economía triste en la que nos movemos.

Las riquezas del planeta, o del universo, unido al ingenio del hombre son invencibles, y sirven para dotar de alimentos y energía a varias decenas de humanidades. Con alegría, buen hombre.

Insisto: los camioneros tienen razón.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com