El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi (en la imagen), se ha metido en un lío. Durante la última reunión del Consejo de la entidad, el 8 de mayo, abrió las puertas a que el Eurobanco pueda actuar finalmente en junio para atajar la baja inflación y contrarrestar la fortaleza del euro "con medidas no convencionales".

No explicó más, aunque en su falta de concreción todo apunta a la compra de activos, como ha hecho la Reserva Federal en Estados Unidos (comprar deuda pública de los países, o de privada de los bancos). Es el modo teórico de inyectar liquidez  al sistema para que, teóricamente también, fluya el crédito y la economía se recupere.

Los mercados especularon entonces -ante esa posibilidad, la bolsa subió, aunque luego se desinfló- y siguen especulando todavía -al run-run de lo que pueda o no hacer el BCE- porque son esencialmente eso, especuladores.

Cualquier insinuación desde entonces de un directivo del BCE o cualquier dato económico publicado (el débil crecimiento de Francia e Italia, hoy) activa el mecanismo para especular qué hará el BCE.

En la mente de Draghi está el monetarismo. Para combatir la baja inflación, que impide la recuperación, la opción es inyectar dinero, y así los bancos prestarán (naranjas de la China, porque no ocurre). Los problemas de la economía no se arreglan inyectando dinero en el sistema. De esa manera, lo único que se hace es multiplicarlos. La economía mejora y sirve al bien común cuando se producen bienes y servicios, no cuando se produce dinero. La otra opción es que bajando los tipos, aunque el recorrido sea mínimo -están al 0,25%-, también se activará la economía.

El error es, por tanto, de fondo, del propio sistema. La mejor liquidez que se puede inyectar al sistema es bajando los impuestos y subiendo lo salarios más bajos. Sólo así crecerá la demanda y el consumo ayudará a que la economía se reactive. En otras palabras, abandonen la política monetaria como única herramienta, y favorezca la actividad con políticas económicas más valientes, con política fiscal generosa y política laboral más justa. Pero, claro, eso no depende del BCE, sino de los Estados y cada Estado tiene su propia visión y tira para su lado.

El ciudadano de a pie tiene otra lectura: ¿cómo están de mal las cosas para que Draghi, ese señor de cara poco amable, dijera lo que dijo El ciudadano de a pie no siente el problema de la inflación o la cotización del euro -aunque le afecta, pero no con la pulcritud que trasmiten las estadísticas, siempre frías-, pero le da miedo que la recuperación tarde -y llevamos ya cinco años en la misma situación- porque lo sufre en primera persona: tiene un amigo que acaba de perder el empleo y otro le cuenta, con pesadumbre, que con la pensión de su padre vive toda su familia, de cinco miembros.

Eso, que es la cara humana de la economía real, no de la especulativa, es lo que de verdad le preocupa. Y eso que de verdad le preocupa está al margen de las fluctuaciones en las bolsas o de las presiones de los bancos.

Si Draghi no dijo más es porque no sabe más. O mejor, porque en el Consejo de BCE no se han puesto de acuerdo todavía en las medidas. De hecho el Bundesbank, que puede lo suyo, ya ha dicho que de compra de activos a la americana; nada de eso, que ni se le ocurra. Que espere, como mucho, a los test de estrés de los bancos y, entonces, en otoño, ya se verá.

Parece bastante claro que bajará los tipos de interés, hasta acercarlos al 0%, lo cual tiene una cara positiva -los bancos tendrán que pagar por tener el dinero quieto en las ventanillas del BCE y ojalá lo muevan para el crédito-, y una cara terrible: que alimenta más todavía el mundo de la especulación que nos gobierna. ¿O no Los especuladores quieren el dinero más barato, pero no para crear puestos de trabajo, sino para especular financiándose más barato, con menos dinero. Y a río revuelto, por aquello de que la cosa está muy mal, pagar menos a sus empleados.

Eulogio López

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