Don Iñaki Gabilondo se va de Cuatro porque no le agrada la vulgaridad de Berlusconi, que pasa a controlar Tele 5 y, probablemente, Digital en un futuro próximo.

Hace muy bien: la vulgaridad berlusconiana debe ser evitada a toda costa. Claro que hay cosas peores que la vulgaridad. Por ejemplo la barbarie.

Telediario de tarde de Cuatro, del miércoles tarde. Los chicos de Cuatro aseguran, sin colgarlo de ninguna percha de actualidad, que las universidades católicas San Pablo CEU y Navarra, han decidido desobedecer la Ley de aborto que se tramita en el Congreso: en sus aulas de medicina no se enseñará a los discentes a practicar abortos.

Como ejemplo de un periodismo nada vulgar, aunque bastante puñetero, los cámaras de Cuatro, siempre preocupadas por el nivel intelectual del pueblo, escogen -lo que les habrá costado- a dos estudiantes verdaderamente singulares. La una aseguraba no saber por qué no puede aprender una técnica médica más porque estudie en una universidad católica. Los poetas aseguran que el mundo se ha vuelto loco pero no siempre hay que tener en cuenta a los poetas. El sólo de la muchacha se me clavó en las meninges.

El segundo elegido para la gloria televisada no estaba chiflado, simplemente era un respetador: las razones de sus centros para no ofrecer abortoriología eran muy respetables, sin duda, pero deberían comprender que él no podría competir con los estudiantes de la Complutense, regida por un progresista solvente, como Carlos Berzosa, por ejemplo, para las plazas de aborteros del futuro. Y eso, señoras y señores, es grave.

Una chiflada y un majadero. No sé de dónde los sacó Cuatro y el hecho de citar dos facultades me hace sospechar que los tales alumnos no pertenecían a ninguna de ellas. Pero claro, está mal sospechar semejante artificio de una cadena tan seria que, mismamente anteayer, albergara la palabra sabia y sensata de Iñaki Gabilondo.

Naturalmente, faltaba la profe, cogida en falta, porque se refirió a los universitarios como niños con lo que estropeó su espléndido argumento posterior de que no vamos a enseñar a nuestros alumnos a destrozar a un bebé en el seno de su madre. El error primero destrozó el argumento último, porque en la sociedad de la información la forma prima sobre el fondo. Y como decían los jóvenes leones de los Polanco: es que están incumpliendo la ley, o sea, que son unos fascistas.

La pregunta es: ¿dónde está el límite? Considerando la profunda personalidad e inconmensurable formación de la ministra Aído, que en ambos casos prácticamente alcanza la de su jefe de filas, el señor Zapatero, no resulta impensable que mañana se exija por ley la eliminación de todos los españoles con síndrome de Down existentes en el país. Muerte indolora, claro está, y hasta posiblemente digna. De inmediato los chicos serios, los de los hermanos Polanco, los de Juan Luis Cebrián, los de Iñaki Gabilondo, acudirían presurosos en defensa del Estado de Derecho, vaya que sí. La facultad de Medicina deberían aprender qué dosis de cianuro resulta tan letal como indolora -proporción científica difícil de conseguir- para eliminar a los elementos pasivos de la sociedad que empeoran la calidad de vida de sus familiares y amigos.

La pregunta es simple: ¿dónde está el límite? Porque, una vez que el hombre pasa de fin a medio estamos volviendo al principio, a los albores mismos de la civilización, de una civilización, además, redimida, es decir, malsana, infeliz y estúpida.

¿Dónde está el límite?

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com