Sr. Director:
Uno de los fenómenos más tristes y lamentables de la mentalidad moderna es la pérdida de la religiosidad o el abandono descarado e insolente de la relación con Dios.

 

¡La irreligiosidad! La masonería, el racionalismo, el laicismo, escepticismo e indiferentismo, junto con el materialismo, se han confabulado para erradicar de la mente y el corazón de los hombres el sentido profundo de la necesidad de Dios. No se ignora -se aborrece y desprecia- la verdad irrenunciable de que la existencia de las cosas, de todas, y del hombre en particular, tiene relación inequívoca, innegable e irrevocable, con el Creador del universo, autor del ser y de la vida, principalmente de la criatura libre. La conclusión es clara: la religión es la relación esencial de dependencia con Dios, el autor de nuestro ser y de nuestra vida, que forma parte y está en la entraña misma del ser creado, siendo constitutiva de la existencia.

Se requiere únicamente ser normal, tener la racionalidad normal, gozar de un corazón sano, y un poco de cultura. Es forzoso que los grandes hombres y grandes científicos (Einstein, Von Braun, Paul Claudel) -los de verdad, no los de la propaganda ideológica y pagada- fueran hondamente religiosos. Conocían la naturaleza como nadie, vivían enamorados de la ciencia como nadie, y ante las maravillas del mundo eran ecologistas como nadie; e impresionados por la pantalla de la ciencia, veían con sencilla humildad que ni su ciencia tenía sentido ni el orden y la belleza y el misterio sublime de la naturaleza se podían explicar sin un Ser primero inteligentísimo, poderosísimo, bondadosísimo, creador del universo porque es el Ser, el que Es, y por eso fuente de todo ser y de todo el ser. No hablo de los granjeros de la ciencia y de la religiosidad, que los hay.

Y no es que esta crisis tenga dimensión universal y absoluta -al caer el muro de Berlín los del telón de acero, sometidos 40 años al régimen comunista, se escandalizaban por la falta de religión y de moral en la Europa occidental, no era lo que esperaban- pero su incidencia en la cultura actual es por lo menos llamativa; es lo que más suena, mostrando arrogancia tan falsa como inaceptable. Pudimos ver en la televisión europea que, dominados por Moscú tanto tiempo, ni derribaron la cruz de piedra con el crucifijo sobre el puente del río, ni la imagen de la Virgen sobre una columna en la plaza de la ciudad, como se hizo en España en la guerra civil de 1936. Demostraron más cultura y menos odio salvaje.

Tampoco la irreligiosidad es degeneración exclusiva de nuestro tiempo. En los días del autor de la salmodia, al comienzo de los salmos se censura que las gentes se arremolinan contra Dios y contra su Cristo (Sal 2). La soberbia absurda de la criatura no soporta el yugo de la Verdad, el yugo del Bien, el yugo de la Vida, el yugo de la Luz, el yugo de la Sabiduría, el yugo de la Libertad, el yugo del Orden, el yugo de la Grandeza, el yugo de la Paz, el yugo del Amor eterno de Dios, que cuida con providencia singular de su criatura privilegiada -el hombre- para conducirla a la gloria del cielo, a la dicha eterna.

Jesús Sancho Bielsa