Hay que hacerle un monumento a los pequeños editores. Lo mismo que ocurre en el sistema mediático: cuanto más crece un medio más miente, más se arrima al poder, menos libre, más políticamente correcto.

Con los editores de libros, lo mismo: los grandes sólo juegan a lo seguro, a aquellos novelistas y ensayistas reconocidos que, con alguna gloriosa excepción, han aceptado por el sistema y han sido prohijados por él. Aquéllos multimedia los lanzan y publicitan, salen en los telediarios y son, en suma, autores respetables. No necesariamente cuentan con el favor del público, es decir, del pueblo, y es muy posible que no pasen a la historia de la literatura y mucho menos a la más selectiva historia del pensamiento. Insisto, hay excepciones, pero la regla es la antedicha.

Por ejemplo, el pensamiento cristiano -con las mencionadas excepciones- queda fuera de los grandes circuitos mediáticos y editoriales. Una de las mencionadas anomalías de esta regla perversa es Chesterton, hombre exitoso en vida y admirado en el sectario ambiente intelectual del momento presente. Pero la razón es sencilla: muchos cristófobos lo adoran porque don Gilbert les ha engañado: no se han dado cuenta de hasta qué punto el periodista inglés era cristiano de fe recia profunda, esperanza irónica y caridad heroica.

Pues bien viene todo a esto por dos de esos pequeños editores: Álex Rosal, de Libros y Libres y Javier Paredes, de Homo Legens. Ambos coinciden en el mercado con un libro sobre la Pasión de Cristo.

Rosal no se ha complicado, ha ido a lo seguro, aunque sea seguro para esos circuitos selectos, no masivos. Ha reeditado La amarga Pasión de Cristo, la obra de aquella monja alemana de los tiempos napoleónicos, la hoy beata Ana Catalina Emmerich. Analfabeta (sus escritos los trascribió el poeta ateo Clemente Brentano). Que aquella monja tullida en cuyas visiones se basó Mel Gibson  para elaborar la Pasión de Cristo.

Emmerich hace realidad las palabras reveladas por Cristo a otra santa del siglo XXI, Sor Faustina Kowalska: deja a los sabios de este mundo las investigaciones inútiles (a veces he pensado que se refería al Banco de España pero seguramente he sufrido una alucinación). Quiero decir. Emmerich habla de los túneles que unían el pretorio con el tiempo. Los historiadores de la época, y así durante un más de siglo, dijeron que era una pava porque tales túneles no existían: 100 años después se descubrieron. La analfabeta creyente Emmerich le contaba al intelectual ateo Brentano cómo era el mundo.

Con Emmerich tenemos esa extraña sensación de la leyenda convirtiéndose en historia. Por ejemplos nos pasamos 2.300 años pensando que Homero era un novelista y 23 siglos después localizamos Troya, y no encontramos el caballo porque ya lo dejaron hecho añicos. Resulta que Homero no era un creador, sino un periodista, un enviado especial.

Increíble Emmerich. No era necesario que la Iglesia la beatificaría para saber que no era una loca: ella misma dejó las pruebas de su sensatez asombrosa, por ejemplo, descubriendo los túneles secretos que unían el templo de Jerusalén con el Pretorio y esto 100 años antes de que los arqueólogos dieran con ellos. Emmerich es un milagro científicamente demostrable y científicamente anticipado.  

El libro editado por Paredes es una joyita. Se llama La primera Semana Santa y a su autor, Carlos Llorente, sólo le conocen sus clientes, porque es distinta.

Sin embargo, pocas veces he leído en autores consagrados ese cariño hacia la Pasión donde se percibe arrepentimiento y agradecimiento. Chesterton aseguraba que la primera forma de pensamiento es el agradecimiento. Añado yo, que no soy Chesterton que la segunda muestra de que pertenecemos a la raza humana, la especie sabia, al homo sapiens, consiste en saber arrepentirse.  

Dios juega con los hombres. Un detalle. Llorente es un experto en maquetas. Pues bien, su sentido del pecado y su sentido de la gratitud al redentor ha llegado hasta el juguete, algo más que una fruslería de descubrir que la maqueta del Calvario corresponde al de un nasciturus, esos seres indefensos que algunos se empeñan en eliminar. Sí. Dios juega con los hombres.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com