(Mateo 22, 23-33)

-Y al hijo del segundo matrimonio le ponían el nombre del hermano muerto. Ya sería el colmo, Sara, que en pleno siglo XXI aceptaras y practicaras nuestro Levirato.

La conversación había empezado media hora antes. Camila y Sara se conocían desde muchos años atrás. Camila era una judía argentina, residente en Madrid, mientras Sara, a pesar de su nombre, nada tenía de judía. Eso sí, se había casado con un hebreo, Jacobo, recientemente fallecido, con quien no había tenido hijos. El caso es que ahora, su cuñado Rubén, hermano de Jacobo, judío de los que en Europa llamamos ortodoxos, sin saber exactamente lo que queremos decir, le había solicitado el matrimonio, según la ley de Moisés: "Si alguien muriese sin tener hijos que su hermano se case con la mujer para dar descendencia a su hermano".

Sara, educada en el Cristianismo, o al menos en una sociedad con historia cristiana, no se esperaba una cosa así. Entre otras cosas, porque no había tenido tiempo para empaparse de los pormenores del judaísmo. Dicho de otro modo, si apenas se había leído el nuevo testamento, del antiguo mejor ni hablar.  

-Camila, ¿qué es el Levirato?

-Hija, a los católicos, exactamente, ¿qué os enseñan? –se preguntó a sí misma, más que a su interlocutora-. Recuerda: el gran Moisés dijo: "Si alguien muriese sin tener hijos, que su hermano se case con la mujer para dar descendencia a su hermano". Conste que no lo digo yo, sino vuestros textos sagrados, porque el antiguo testamento forma parte de vuestra Biblia. Y si lo quieres llevar hasta el extremo, bonita, recuerda que a tu primer hijo con tu cuñado Rubén, deberás llamarle Jacobo.

Había sonado el timbre. Sara fue a abrir la puerta y regresó al salón acompañada de un sacerdote anciano, que respondía al nombre de Jacinto. Más que un ser humano, el buen mosén parecía un ángulo recto de lo encorvado que caminaba. Sara le había conocido pocos días atrás, en el funeral que sus padres habían encargado por el alma de su esposo, enterrado antes según el ritual judío. Le había encantado su serenidad y aquella sonrisa pícara, así que cuando recibió la oferta de nuevo matrimonio decidió consultarle.

No había tiempo para presentaciones largas:

-Padre, Camila me estaba explicando qué es el Levirato. Al parecer, cuando mi cuñado me ha pedido en matrimonio no lo hacía porque estuviera encendido de pasión por mí sino para cumplir con el Levirato. Y lo recuerda el propio Evangelio, que aquí, la hebrea Camila, encima no practicante, conoce mejor que la cristiana Sara.

-Suele pasar –concedió el cura- Los judíos son nuestros hermanos mayores en la fe, así que conocen mejor la totalidad de la Biblia: la parte mayor, que es el Antiguo testamento, y la menor, al menos en cantidad, que es el Nuevo. Pero supongo que te habrá explicado también el contexto en el que Jesucristo pronunció esas palabras.

-No, estoy en ayunas.

-Pues resulta que los escribas, algo parecido a los teólogos modernistas de hoy, tomaban de la ley antigua aquello que les convenía y rechazaban lo demás.

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo, los escribas eran especialistas en la ley mosaica pero no creían en la resurrección de los muertos. Y para desacreditar al Nazareno ante la opinión pública, uno de ellos le planteó el extraño caso de una mujer viuda de hasta siete hermanos.

-Estás de suerte Sara –terció su amiga Camila-: Jacobo sólo tiene un hermano.

-…el escriba, cuyo nombre desconocemos, formuló su interesada pregunta final a Jesús: "Entonces, en la Resurrección, ¿de cuál de los siete será la mujer?, puesto que la tuvieron todos".

-Es decir, que si me caso con Rubén, en el más allá seré bígama.

-La respuesta de Jesús a los escribas -prosiguió el sacerdote- fue la siguiente: "en la resurrección ni los hombres tomarán mujer ni las mujeres marido sino que serán como ángeles en el Cielo".

Camila estaba al quite:

-El Cielo es muy poco romántico.

-Pero ahí no acaba la explicación de Cristo: "Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios: 'Yo soy el Dios de Abraham y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?'. No es Dios de muertos sino de vivos".

-¿Y entonces?

-Entonces Jacobo vive, como tú vivirás tras tu muerte, como ángeles en el Cielo. No hay problema de bigamia.

Luego se volvió hacia Camila:

-Es cierto que el Cielo es poco romántico, al menos si por romanticismo entendemos enamoramientos, que no amor. Allí importa el amor, no el sexo. Entre otras cosas, porque en el otro mundo el número de los elegidos ya se habrá completado. La procreación habrá dejado de tener sentido.

Camila no desaprovechó la oportunidad:

-Dime, ¿qué te parece ese Cielo sin sexo, que no asexuado?    

Sara habló como si, en lugar de responder a su amiga, hablara consigo misma:

-Realmente no. Los hombres pueden sentir obsesión por las relaciones sexuales pero las mujeres preferimos las relaciones personales.

-Y tú pretendes distinguir las unas de las otras.

-Tanto es así, mi querida judía, que ha llegado el momento de escandalizarte. Porque lo que estoy pensando es si quiero cumplir con el Levirato, con lo que daría descendencia a Jacobo y a mí misma.

-Sara -terció Camila-, ¿no estarás hablando en serio?

-¿Por qué no? Por vez primera en mi vida, empiezo a distinguir entre sexo, enamoramiento, amor y matrimonio. Y créeme, Camila, no me disgusta un Cielo en el que los hombres y las mujeres se han liberado del sexo.

-Pero no hace falta que te liberes en la tierra –objeto su amiga.

-Creo que la manera de liberarse del sexo en este mundo es trascenderlo: es decir, ser madre. ¿No es este el sentido de las relaciones sexuales, padre?

-No el único, Tienes razón cuando dices que la paternidad eleva al sexo desde la pura relación animal a la entrega humana. Pero el matrimonio también tiene una función unitiva. Recuerda: serán los dos, hombre y mujer, una sola carne. Ya no son dos, sino una sola carne.

Camila intentaba que su amiga recuperara la cordura:

-Pero el Levirato no es una ley cristiana. No tienes que casarte con Rubén, que además es bastante pavisoso.

-No, no estoy obligada, y eso me gusta, pero quiero hacerlo. Aunque si Jacobo está en el Cielo puedo sufrir la sensación de bigamia.

-Definitivamente Sara, has enloquecido -se dolió Camila, elevando los ojos, si no al Cielo, sí al techo.

Don Jacinto parecía tan tranquilo como Sara:

-No sé si ha enloquecido pero ha comprendido la sentencia final del episodio evangélico del que hablamos.

¿Y cuál es la sentencia que he comprendido sin querer?

-La que el mismo Cristo determina: Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Tan vivo estás tú como tu enterrado esposo Jacobo. Lo que realmente importa es dónde vives después de muerto.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com