Merece la pena leerse la entrevista publicada por la agencia Zenit con el filósofo y teólogo Rafael Pascual sobre la evolución darwiniana. Un gran tipo este Pascual, y mucho más bienintencionado que yo.

Hay dos cosas que la ciencia no puede explicar: la creación y el espíritu. Es decir, que no puede explicar nada. En cuanto trata de hacerlo, pega unos saltos en el vacío muy poco empíricos: o comienza la película por la mitad, y nos explica el desarrollo ya creado, o simplemente nos habla de la tontuna del alma neuronal y la materia inteligente y ningún credo exige una confianza, una fe, tan irracional como la de creer en materia inteligente, mejor, en materia capaz de discernir entre el bien y el mal, es decir, en materia dotada de libertad. El hombre sabe por propia experiencia, aunque no empírica, que sólo es libre aquello que piensa, que discierne. O como dirían en el cine: sólo es libre aquello que tiene nombre. La mayor evidencia de la existencia del espíritu es el hombre, su diferencia fundamental con cualquier tipo de animal, planta o cosa.

Ahora bien, si la ciencia no puede explicarnos ni nuestro origen ni la existencia de lo numinoso, lo espiritual, si la ciencia, tal y como entendemos hoy el concepto, sólo sirve para desentrañar la materia y no puede acceder a la explicación del espíritu, ¿para qué sirve la ensalzada y mitificada ciencia? Acertaron: para bien poca cosa. Sólo para hacernos más cómoda la vida. No es poco, ciertamente, pero no puede explicarnos ni el origen del hombre ni su destino. No puede responder la pregunta crucial ¿Por qué existe algo? Ni puede responder la otra pregunta aún más esencial: ¿Qué pasa después de la muerte? Los científicos suelen responder: eso no es el terreno de la ciencia. En efecto, pero entonces la ciencia sirve para bien poco. En cuanto necesito responder a esas dos preguntas, es decir, en cuanto necesito darle un sentido a mi vida, resulta que tengo que acudir a algo tan poco material como el pensamiento. Pueden llamarle filosofía, teología o poesía. Es igual: la esencia de esa tres ciencias es inmaterial, espiritual. ¿Y qué es espíritu? Pues espíritu es lo que ama u odia-, lo que conoce o ignora-.

Así que uno comprende al padre Pascual. Su bonhomía le impele a no despreciar a la ciencia, más que nada porque no quiere despreciar al científico. Le impele, por ejemplo, a otorgar a la evolución el calificativo de teoría científica. Pero como uno es mucho más bruto y menos sensato que el padre Pascual, continúa su alabanza en forma de crítica: bien supongamos cuesta admitirlo, pero es igual. Que la evolución es una teoría científica. ¿Y qué? ¿Eso es realmente tan importante? Yo no quiero saber cómo se han desarrollado las cosa, lo que quiero saber es cómo se crearon, porque sólo sabiendo de dónde vengo podré saber adónde voy.

Digámoslo de una vez: la ciencia es muy poca cosa. Si todavía habláramos del pensamiento humano -que tampoco es para tirar cohetes, pero, desde luego mucho más que la ciencia- habrá que decirle a todos los que se autotitulan científicos que lo suyo, sinceramente, no es para tanto. Con decirles que sólo pueden sacar conclusiones de la materia, una vulgaridad siempre fugaz, en perpetuo cambio, condenada a la muerte permanente, sin esencia una ordinariez.

Eulogio López