Un empresario amigo, de viaje por Estados Unidos, entra en la Catedral de Los Ángeles, la obra del español Rafael Moneo. Planta cuadrangular, seguramente con el doble objetivo de ser original y de jugar al escondite con el Santísimo. Al final, la gente mira al sacerdote, que es lo que pasa en los espectáculos, y no al Santísimo, que es lo que ocurría en las iglesias románicas, góticas o sencillamente, católicas-, en las que toda la geometría confluía en un punto visual que era donde se colocaba el Sagrario. No sé si Moneo tenía claro qué es lo importante en una Iglesia: ni los sacerdotes ni los fieles, lo importante es el Santísimo.

Como siempre, la liturgia resulta más cuidada que en el mundo hispano, al igual que el conjunto coral. En la mayoría de los Estados norteamericanos, al parecer no así en Nueva York, se comulga bajo las dos especies. Nada que objetar, al igual que la comunión en la mano, dado que la Iglesia admite ambas, pero siempre que se haga con el debido cuidado.

Por ejemplo, en la Catedral de los Ángeles, los fieles que se acercan a recibir la comunión comulgan como ya hemos indicado- bajo dos especies, bebiendo el sanguis y limpiando luego los bordes de la copa. Es decir, mejor que en una parroquia madrileña donde el sacerdote, con gran funcionalidad, reparte la forma consagrada y luego cada fiel, como si se tratara de una galleta Fontaneda, introduce la forma en el cáliz situado al borde de la mesa.

Recuerdo que me acerqué al padre, salesiano por más señas, y le advertí, muy delicadamente, si no le parecía peligroso que las formas volaran de la mano al cáliz o se derramara alguna gota de lo que la doctrina cristiana afirma ser el mismo Dios.

-¡Oh, no hay problema! -me respondió-. Ahora ponemos el cáliz sobre una mesa muy segura.

Decidí no preguntarle cómo lo hacían antes, cuando sí había problemas.

Dado que el Vaticano ha recomendado la comunión bajo las dos especies, hay otra Iglesia madrileña donde el sacerdote -más delicado, como los buenos amantes- se encarga de tomar la forma del copón, introducirlo en el cáliz y llevarla hasta la boca del feligrés. De esta forma, además de correr él con el riesgo del traslado en el aire, es él quien introduce la forma en el sanguis y quien la transporta hasta la boca del ciudadano, teniendo un especial cuidado en introducir el cáliz bajo la barbilla del susodicho.

En pocas palabras, son detalles de amor, que sólo los enamorados comprenden.

Y no, no estoy hablando de una cuestión religiosa, sino de una cuestión social y hasta política. Porque, verán, en el mundo, las cosas comenzarán a ponerse difíciles cuando se empieza a profanar la Eucaristía, algo que está ocurriendo ya, con la creación de mercados negros de formas consagradas. Será como el aviso de que comienza el baile.

Y también, porque eso que llamamos Occidente, que no es otra cosa que la civilización cristiana, Europa, América, Oceanía, principalmente, la madre del mundo moderno, se basa en una creencia, en la creencia del milagro cotidiano que acontece cada vez que unas manos consagradas convierten un trozo de pan en el cuerpo y sangre de Cristo. Todo lo demás, viene por sí solo, por lógica, por añadidura.

Eulogio López