¡Albricias y pan de Madagascar! PP y PSOE se han puesto de acuerdo en el Congreso de los Diputados para aprobar la Ley de Dependencia, lo que pomposamente se ha titulado : la cuarta pata del Estado del Bienestar.

Quiero aclararles que ninguna de las otras tres patas es la familia, quizás porque es el elemento social más importante, pero sucede como en el viejo chiste de la Polonia comunista:

- ¿Los rusos son amigos o hermanos?

- Hermanos era la respuesta-, porque los amigos se eligen.

Pues eso, que el matrimonio, raíz de la familia, se elige, mientras que nadie puede elegir si envejece o no, si necesita ser educado o no, si se pone enfermo o se mantiene sano.

Ahora bien, el problema de tan filantrópica norma está en el apellido (ya saben, como lo de células madre adultas y células madre embrionarias). En pocas palabras, el espíritu de la ley de Dependencia nos dice que el Estado ayudará es decir, subvencionará, porque el Estado sólo ayuda con el dinero de los demás, capado vía impuestos a las personas dependientes. La ley hace a estas personas dependientes del Estado, mejor del erario público, en un país en el que las ayudas públicas a la familia sencillamente no existen.

Los políticos nos bombardean advirtiendo que ahora son las mujeres las que cuidan de sus familiares que no pueden valerse por sí mismos. Pues bien, ¿por qué no ayudar entonces a esas mujeres, familiares de los dependientes, si al final son ellas, y espero que también ellos, quienes se ocupan de sus mayores, sus inválidos o sus deficientes?

Cuanto más adelgace el Estado y más gane la familia, mejor. El Estado esclaviza, la familia libera, por la sencilla razón de que, en el mejor de los fracasos, el Estado no pasa de una contraprestación equitativa, mientras la familia se guía por el compromiso y la entrega entre sus miembros. Es el Estado quien debe ayudar a la familia, no sustituirla, porque su papel siempre resultará mucho más caro y menos eficaz.