Durante los años ochenta del pasado siglo XX estalló el capitalismo popular. El fenómeno podría explicare así: se abrió la posibilidad de que las clases medias, los autónomos y muchos trabajadores cualificados, se convirtieran en rentistas. De repente la bolsa estalló, multiplicó su liquidez y la gente pensó que poner en marcha una empresa no era el único modo de hacerse rico, y, desde luego, no era el más fácil: se podía jugar en bolsa, en aquello que el fallecido banquero Rafael Termes definió, con una frase que casi era una interjección: La bolsa se ha convertido en un casino. Había nacido el capitalismo popular. El rentismo no sólo era para quien disponía de un administrador de fincas, o un intermediario financiero (broker) personal. Pero seguía siendo una igualdad entre desiguales, por lo que la cosa acabó en las sucesivas crisis bursátiles de los años ochenta y noventa, donde naturalmente, los advenedizos perdieron hasta la camisa, aprendieron la lección y se refugiaron en los fondos de inversión, una forma de intentar ser como los grandes siendo pequeño. Y así, perdieron menos, aunque continuaron siendo el juguete de las grandes gestoras, es decir, de los grandes operadores que les habían dejado a dos velas. Nadie se preocupó mucho de ello, dado que el que tenía dinero para invertir en bolsa era porque le sobraba, y nadie se compadece del sobrante perdido ni de quien lo ha perdido. Es más, suele provocar alguna que otra risotada.

Pero en los años noventa la revolución resultó mucho más profunda. Llegó Internet, y con él, pasamos del capitalismo popular al periodismo popular. El mundo ya estaba saturado informativamente con prensa, radio y TV, pero la llegada de la red decuplicó cada año digo decuplicó por decir, porque el efecto multiplicador del volumen de información que circula por el mundo es inconmensurable el número de datos disponibles. Los periódicos se quedan viejos cada día, pero las telenoticias también, y hasta los informativos horarios de la radio encanecen a los pocos minutos.

El periodismo popular significa que, como ya he escrito en otras ocasiones, cualquiera puede ser Polanco. Internet no ha multiplicado el número de receptores, sino el de emisores. Los receptores son los mismos e, incluso, la Red ha ampliado la brecha entre las dos grandes sociedades, las dos nuevas clases sociales en la sociedad de la información, la nuestra: la sociedad que ve y la sociedad que lee.

Pero sí significa muchos más emisores. Todo el mundo se ha hecho periodista, todo el mundo informa. Tanto que, como nos recuerdan a menudo nuestros lectores, lo que precisa la sociedad de hoy no son autores, sino público. Y otros, más maliciosos pero igualmente acertados, aseguran que hay que leer más y escribir menos.

En cualquier caso, justo cuando el proceso de concentración empresarial uno de los más odiosos fenómenos contemporáneos: la obsesión por crecer, como síntoma de éxito, la elefantiasis- alcanzaba el paroxismo, cuando tanto la información como la ficción estaban controladas por cada vez menos y cada vez más poderoso multimedia, cuando toda la creatividad informativa o dramática, real o de ficción, estaba en manos de las mismas editoriales, discográficas, productoras de cine y TV, controladores de periódicos, cadenas de radio, TV en abierto y en cerrado surge Internet y todo el castillo de naipes se les cae a los poderosos, y con gran estrépito, que más parecía torre de cacerolas.

Ahora bien, este periodismo popular no hubiera sido posible sin un nuevo lenguaje. Internet no es un nuevo canal de comunicación. Es, ante todo, un nuevo lenguaje de transmisión, que es algo muy distinto y cosa mucho más respetable. Internet es conversación, dijo alguien, sin caer en la cuenta de lo que estaba diciendo. Y resultó que lo estaba diciendo todo.

El nuevo periodismo es eso : conversación. El viejo periodismo, el de los señores de la prensa, el de los aristócratas de la comunicación, que habían encarcelado a la información en nombre de la libertad de prensa, se inventó la objetividad, que es un objetivo imposible, y si fuera posible constituiría una considerable tragedia. Con el periodismo objetivista el lector, a la postre se pierde en los recovecos de un lenguaje que, so pretexto de decirlo todo, no explica nada porque marea al lector y que bajo la norma de no mezclar información con opinión acaba por hacerse ininteligible. El periodismo objetivista, como la Prensa del Movimiento, hay que leerlo entre líneas. El editor no quiere que el periodista interprete la realidad podría adquirir el pernicioso hábito de pensar y, sobretodo, podría contradecir los intereses del propietario- por lo que obliga a que sea el lector quien interprete las noticias. Todo un problema, dado que el lector no ha estado en contacto directo con el escenario donde han sucedido los hechos ni con sus protagonistas esa es la tarea del periodista- por lo que sólo dispone de la traducción mediatizada por eso se llaman medios- de ese periodista que tiene vedado explicarle el sentido último de los mismos. Chesterton decía que periodismo es decirle que ha muerto Lord Halifax a un sinfín de lectores que no sabían que Lord Halifax vivía. Quería explicar con ello, que los señores de la prensa le dicen al pueblo, ahora llamado ciudadanía, qué es lo que deben leer, de qué deben ocuparse y qué debe preocuparles. Lo que concluyan sobre ello también está previsto, dado que la llamada objetividad asegura que, presentadas unas premisas y suprimidas otras, la conclusión que extraerá el lector resulta perfectamente previsible.

El problema del periodismo de finales del siglo XX y comienzos del XXI es el mismo : un grupo de aristócratas de la empresa informativa el cuarto poder no son los periodistas, sino los editores- controla un aparente escenario de inmensidad informativa con un principio ético tan sencillo como eficaz: la objetividad, mucho más eficaz que la censura previa del Antiguo Régimen. Como siempre, las grandes mentiras y las grandes barrabasadas siempre se han realizado en nombre de la moral.

Pero Internet no responde al esquema un emisor, una masa anónima de receptores, sino al esquema propio de la conversación, es decir, emisor-receptor, en pura interactividad. No es casual que el correo electrónico expanda más información que el Explorer, donde están radicados los portales y sitios de Internet.

Ahora bien, la conversación no admite el plúmbeo lenguaje periodístico. Usted no puede ir a tomar una cerveza con un amigo y hablarle de esta guisa: No sé si sabes que el Santander Central Hispano (SCH) ha ganado este año 6.000 millones de euros de beneficio neto atribuido, cifra que representa un 37,45% más que en el ejercicio precedente. Su presidente, Emilio Botín, ha comentado que el excedente podía haber sido mayor si se hubiera computado el 100 por 100 de los atípicos correspondientes a las enajenaciones de las participaciones de dicha entidad en Fenosa y AUNA.

No, no podemos decirle eso, en primer lugar porque el amigo nos mandaría a hacer gárgaras o, siendo benévolo, nos aconsejaría un poco menos de pedantería. Y, desde luego, el aludido Emilio Botín sería feliz es feliz- con una información periodística de este tono o cariz, que en nada va a hacerle daño. Además, los amigos, la gente, las personas, no quieren saber el qué, sino el porqué.

No, lo que le contaría el periodista a su amigo es que don Emilio aprovechó el mal momento que atravesaba el Abbey para hacer un negocio redondo, dado que lo compró a bajo precio, por intercambio de acciones y, una vez se hizo con el control, se ha preocupado, ante todo, de reducir gastos -es decir, de echar a más de 4.500 trabajadores a la calle- que es más sencillo y rápido que aumentar los ingresos. Así, el Abbey está ganando en bolsa y el Santander se está forrando. Le diría eso, porque constituye la almendra de la cuestión y porque esa es la clave repitan conmigo : la clave- de los últimos años en el Santander comprar barato y vender caro, no gestionar- aunque la conversación resultaría inadmisiblemente subjetiva. Más cierta, más sincera, más verdadera pero subjetiva.

Pues bien, ese periodismo propio de una conversación entre amigos, ese periodismo explicativo, analítico, o como ustedes quieran llamarlo, es el  periodismo de Internet. Por eso, en Internet se encuentra lo que no se encuentra en ningún otro sitio. Los periodistas económicos lo entienden muy bien. Saben que cuando alguien titula: Telefónica ganó 3.458,7 es un decir- millones de euros es decir, un titular químicamente objetivo- es que alguien está pringado. Y no suele ser el redactor, sino el editor. La objetividad se ha convertido en la gran hipocresía del periodismo actual: la prensa actual es una mentira permanente disfrazada de rigor. Internet ha venido a enmendar la situación volviendo a un periodismo  explicativo, a un lenguaje coloquial y tendente  a la interactividad y subjetivo. Con Internet llegó el periodismo popular, que no es el amarillo, sino el democrático. Por eso, la aristocracia informativa odia tanto a la Red: les ha fastidiado el negocio. Un negocio respetabilísimo, tan respetable y prestigioso como un burdel de lujo. De hecho, de los poderes informativos actuales puede decirse aquello de que las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos. Y, a veces, temo que también les precederán los fariseos.

Por mi parte, puedo decir que he pasado por todo tipo de redacciones, de prensa, radio y TV, medios de información general y especializados, diarios y semanarios, informativos radiofónicos, editoriales radiofónicos y tertulias radiofónicas durante 25 años. Unos más y otros menos, las cortapisas fueron aumentando a medida que pasaba el tiempo. Cuando más grande, más respetable, más serio y más riguroso era el medio informativo, más asfixiante resultaba la atmósfera en su redacción y más reinaba la autocensura. En la prensa de hoy, a la autocensura se le llama profesionalidad. En Hispanidad.com he podido escribir lo que no pude en ningún otro sitio. Puede ser, como diría Guareschi, porque en este diario aprecian mucho mi colaboración quizás por ser yo el director del mismo, pero no se trata de eso. No he conocido ningún medio donde el director pueda decir lo que sabe. El poder no está en el despacho del director, sino en el del presidente o en el del consejero delegado. Es natural: el capitalismo es un sistema que ofrece libertad cuando se trata de acciones, no cuando se trata de ideas.

He hablado de medios grandes y no ha sido por casualidad. Otra de las grandes verdades desenterradas por Internet ha sido la de que lo pequeño es siempre libre que lo grande. Poner en marcha un periódico cuesta hoy no menos de 60 millones de euros (hablo de inversión inicial), las radios y, sobre todo, la TV, multiplican esas cifras y, en cualquier caso, son licencias administrativas. En Internet no necesitas licencia para contar historias, y el capital social de la editora de Hispanidad es de 3.000 euros.  

Por tanto, el objetivo de Hispanidad.com es doble: ser un periódico subjetivo y ser un periódico pequeño. No crecer. En lectores sí, pero no en contenidos sólo las ampliaciones que la gran mayoría de los lectores pueda monopolizar- ni en tamaño empresarial. Lo pequeño no sólo es hermoso, es lo único que garantiza la libertad. Es lo único que me gusta de Peter Pan. Yo me quiero jubilar en una micropyme: no te haces rico pero eres libre.

Antes nos aconsejaban, y yo mismo he aconsejado llevado por mi ignorancia, a los jóvenes licenciados en periodismo que comenzáramos como trabajadores libres, o en medios pequeños, antes de acceder los grandes multimedia. Ahora, con Internet, creo que el camino es a la inversa: los medios grandes, los grandes multimedia, sólo sirven para foguear al periodista. La meta que hay que alcanzar es la micro-empresa, mucho más ágil, mucho más libre, mucho más sincera. Internet lo permite, por ahora en el formato de prensa digital, pero en breve comenzará a ofrecerse en sonido e imagen. Si no, al tiempo.

Y ahora que hablamos de pequeñez y grandeza, y sobre todo de libertad, hablemos también de ideología. Cuando aludo a la libertad que disfruto en Hispanidad no me estoy refiriendo solamente a la posibilidad de enfrentarme a los poderosos de la política y de la economía. Es verdad que este tipo de rebeldía sólo la puedes ejercer fuera de las grandes estructuras empresariales, salvo, claro está, que la gran estructura haya decidido hacerlo, para chantajear a un poder determinado. No, hay un mandamiento aún más primario en los grandes multimedia: lo políticamente correcto. El sistema mediático es antes sistema que mediático. Por tanto, no tolera lo ambientalmente incorrecto. Ahora bien, en el siglo XXI, la izquierda y la derecha se confunden; en el escenario económico, el socialismo se ha vuelto tan capitalista como el liberalismo, y todo ello se engloba bajo un concepto llamado progresismo, que viene a ser un hijo tardío y bastardo del modernismo, ese fenómeno del mundo contemporáneo que decretó, no sólo que la verdad era imposible de encontrar, sino que, además, la verdad no existía. Digo hijo bastardo porque el progresismo no ha alcanzado la categoría de filosofía, aunque sea filosofía de la nada, como el modernismo. Al final, el progresismo se ha quedado en el abajo los curas y arriba las faldas, y encima lo vive con ánimo desmayado, tanto en lo primero como en lo segundo.

Quiero decir que la humanidad, especialmente el Occidente ahíto, no se divide en izquierda y derecha, ni tan siquiera entre conservadores y progresistas sino entre creyentes y agnósticos. A eso se reduce el pluralismo y no necesito decirles con qué grupo se sitúa la aristocracia mediática, digamos en un 90% de los casos. No se lo digo porque constituiría un insulto a su inteligencia.

Pues bien, Internet también ha ofrecido a los periodistas cristianos una plataforma para decir lo que no podemos decir en los medios tradicionales.

Lo dicho, Internet es libertad. ¡Menos mal! El capitalismo popular degeneró en especulación y en unas pocas grandes fortunas conseguidas a costa de un millón de pequeñas miserias. Sin embargo, el periodismo popular, el internetero, está transformando el mundo. ¿Para bien o para mal? No tengo ni idea. Si esa pregunta tuviera respuesta entonces ya no estaría hablando de libertad. Es lo malo que tiene la libertad, que se puede decidir, y suele hacerlo, por lo mejor o por lo peor. Pero, en cualquier caso, la vida en libertad es la única que merece la pena vivir.

Y además no paga impuestos.

Eulogio López