Ni los nacionalistas vascos ni los catalanes ni los canarios conseguirán acabar con la fiesta de los toros. Sin embargo, hay algo que sí podría destrozarla. Me refiero al toreo-trampa, que camina por dos senderos menguantes: la casta de la fiera y el riesgo de los diestros.

Todo el valor de la lidia consiste en un hombre que se enfrenta a una fiera con un trapo. Pero si la fiera no es brava y el hombre, además del trapo, utiliza –por ejemplo- una suerte de varas que anula a esa fiera, y un conjunto de adornos para evitar el peligro, el toreo se queda sin emoción. Y sin emoción, no hay fiesta.

El problema no está en Barcelona ni en San Sebastián: está en Madrid, que sigue siendo la capital del toro. Y también en las dehesas y en la impostura de los diestros.

Y mucho me temo que esto no se arregla con la declaración de la fiesta como bien de interés cultural.

Eulogio López
eulogio@hispanidad.com


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