El ministro de Trabajo, Jesús Caldera, es un cobarde de esos que cuando rompe algo prefiere huir despavorido. Eso siempre que no encuentre a un subordinado a quien echar la culpa, se entiende. El caso es que con ocasión de la crisis de los cayucos, el ministro ha estado desaparecido. No ha dado la cara. Y la responsable de Inmigración, Consuelo Rumí, ya empieza a estar un poco harta de poner la cara para que se la partan. Huye de las cámaras y prefiere no tener que pasar por el trago de enfrentarse a los medios: habla tu que a mi me da la risa.

Cuando todo esto flota en el ambiente, la vicepresidenta sale en auxilio del ministro para informar que comparecerá ante las Cortes para dar toda la información en relación al asunto migratorio. De la Vega considera que Caldera ha afrontado el problema con responsabilidad y eficacia. Pero, al final, quien ha tenido que partirse la cara ha sido ella o Rubalcaba, que comienza a estar un poco molesto que le vinculen con el carnet por puntos y la gestión migratoria.

Además, De la Vega señaló el pasado viernes que Caldera había alcanzado importantes consensos con las ONGs que atienden a la población inmigrante, así como los sindicatos. Vamos, un dechado de buen hacer, pero desaparecido en combate.