Ocurrió en un instituto de enseñanza media asturiano. Un alumno de bachillerato contaba el siguiente chiste:

 

-¿Sabéis quién debería ser presidente del Gobierno? Pues… (nuestro discente cita a un afamado icono cultural del progresismo español que hace alarde de su homosexualidad). Porque si nos van a dar por ahí, al menos que lo haga un profesional.

 

De inmediato, un profesor le advirtió que tales chistes resultaban una ofensa y no iba a permitirlos en el centro (en todo centro educativo público se tiene un profundo respeto hacia ciertos famosos, que no a otros). Y el profe tenía toda la razón, especialmente porque nuestro adolescente, con la refrescante sinceridad de la juventud, no había dicho "por ahí", sino que, en aras del rigor expositivo, había especificado el lugar por donde, según su análisis político, iban a darnos a todos. Sí, no deben permitirse estos chistes, porque, además de una refrescante sinceridad, suponen una tremenda crueldad hacia una persona con nombre y apellidos.

 

Ahora bien, habrá que volver a repetir que lo malo de la verdad es que no tiene remedio. Porque Almodóvar se ha convertido en el icono del progresismo por su condición de homosexual, de la que también hace gala. Mientras, lanza contra la Iglesia un ataque despiadado en su película "La Mala Educación" (no, no es autobiográfica). Y esto es lo más llamativo. Porque todo el mundo sabe, salvo el que se niega a saberlo, que la homosexualidad es el camino hacia la pederastia. De una aberración se pasa a la otra, y buena prueba de ello es que la pedofilia es, preferentemente, homosexual. La pedofilia de los curas norteamericanos (y no me gusta poner este ejemplo porque fue marginal en el clero norteamericano y se ha explotado interesadamente) comenzó cuando la  tolerancia hacia la homosexualidad se apoderó de los seminarios.   

 

De la misma forma, ahora nos atormentamos ante la violencia de género. Y no deberíamos. La violencia de género no es más que un producto de la pornografía ambiental. Un colega periodista me recordaba la película "Ocho milímetros", en la que el detective protagonista, que encarna Nicolas Cage, investigaba una red de películas pornográficas que incluyen violencia extrema. En un momento dado, cuando pide una de esas películas, el traficante le advierte: "Si ve esto, perderá usted toda sensibilidad". Y así es. Ningún varón enmerdado en pornografía puede contemplar a la mujer como otra cosa que una cómplice, en el mejor de los casos, o un objeto, en el peor. Y los objetos están para ser usados y, además, son propiedad de uno y puede arrojarse al cubo de los desperdicios en cuanto molesten. Cuando falta sensibilidad, se impone la ley del más fuerte, y el físicamente débil pierde: el niño y la mujer.  

 

De la homosexualidad a la pedofilia, y de la pornografía al maltrato a las mujeres. Son reglas morales de cumplimiento casi matemático. Y como toda ley moral puede negarse, pero no puede evitarse. Y, o se apunta hacia las causas, o tanto la pederastia como la  violencia de género seguirán aumentando por muchos recursos judiciales, penales y sociales que se quieran interponer porque esos recursos siempre inciden sobre los efectos, y no sobre las causas.

 

Eulogio López