El Canal 24 Horas de TVE ha hecho un despliegue singular durante dos días para informar de la repatriación del sacerdote y médico español Miguel Pajares (en la imagen), infectado en Liberia con el virus del ébola. Tiene una lógica informativa: la historia de don Miguel, el primer español afectado por esa enfermedad tan contagiosa como mortal, ha conmovido desde hace dos días a miles de españoles. Pero han brillado por su ausencia dos aspectos esenciales: el quién y el porqué.

El despliegue de la televisión pública ha incluido, además de numerosos enlaces de imagen y voz con los familiares y corresponsales, la retransmisión en directo de la rueda de prensa de la directora general de Salud, Mercedes Vinuesa, en la que dio ayer los detalles de la operación, o la del consejero madrileño de Sanidad, Javier Rodríguez, en la mañana del jueves porque es el Hospital Carlos III quien acoge al religioso.

Ha parecido por momentos que todos los poderes públicos querían ponerse la medalla al mérito humanitario, hasta los ministros que están de vacaciones (Defensa, Sanidad o Exteriores). Es razonable que así sea de algún modo: la historia de don Miguel ha conmovido desde hace dos días a miles de españoles. Y es bueno incluso que una noticia así compita, aunque sea durante dos días, con los desaguisados que están ocurriendo en Irak o Gaza o con los dimes y diretes (reproches y contra reproches) a propósito de la corrupción política.

"No estamos abandonados; estamos allí por convicción", dice un misionero salesiano
Hay que aclarar que es un ciudadano español en peligro por un virus mortal y que merece, en consecuencia, todas las atenciones patrias. Además de preocupar y mucho a su familia, el buen hombre tiene 75 años, y si se hubiera quedado en Liberia lo más probable es que no hubiera tenido una muerte precisamente plácida.

Eso es una cosa y otra, no decir nada de las profundas razones que llevaron a ese buen hombre a un país remoto en el que se ha dejado hasta los huesos en el servicio a otras personas, con un espíritu de sacrificio edificante, una generosidad espléndida y una visión sobrenatural difícil de casar con la filantropía. La explicación más sencilla -por aquello de que la entiende hasta un indocumentado- la ha dado uno de sus 'colegas', Agustín Cuevas, un salesiano que lleva 42 años en África y los tres últimos en República Centroafricana: "Veo muy bien que lo repatríen porque probablemente allí no se encontrarían los medios suficientes para el seguimiento y la cura. ¿Que se siente abandonado Es normal, aunque estamos allí por convicción, por decisión personal, nadie nos obliga".

Don Miguel hacía en Liberia exactamente lo mismo que hacen, como contó ayer Hispanidad, otros 14.000 misioneros españoles. De todas las órdenes religiosas, franciscanos, claretianos, salesianos, dominicos, teatinos, jesuitas… Por no contar -la cifra sería inmensa- a las personas de otras instituciones de la Iglesia implicadas en tantas labores apostólicas en los países más lejanos (en África, Hispanoamérica y Asia).

El sueño de todas esas personas está muy lejos del mundanal ruido. Aspiran a algo tan sagrado como evangelizar, que no es otra cosa que trasmitir esa verdad que hace libres a los hombres y dar la vida por ellos. No es poco, ¿no

Mariano Tomas

mariano@hispanidad.com