Los Oscar a los dos actores principales de su reparto han provocado que aumente el interés por contemplar Dallas Buyers Club que, conviene precisar, es una película que cuenta con imágenes de gran crudeza…

Basada en la historia real de Ron Woodroof, un electricista aficionado a montar  toros de rodeo, Dallas Buyers Club nos traslada al año 1985. Woodroof vive una existencia al límite: bebe en exceso, consume drogas y es muy  promiscuo. Racista y con una visión adversa  hacia  los homosexuales, su mundo se viene abajo cuando en una revisión laboral los médicos descubren que está infectado del VIH  y que le quedan pocos días de vida. Woodroof buscará medicamentos alternativos para sobrevivir y pondrá en marcha, desde su modesto apartamento, un centro de distribución de tratamientos experimentales de Sida.

Dallas Buyers Club tiene más elementos comunes con largometrajes de denuncia como Erin Brockovich que con Philadelphia, aunque evidentemente hablemos de la lucha contra el Sida… En ese contexto aborda un tema recurrente en el cine estadounidense:  la lucha del individuo frente al Sistema, en este caso, contra la Industria Farmacéutica  y los reguladores estatales. Es precisamente en este apartado donde la película carga las tintas de forma  simple y bastante maniquea… Por ello lo más interesante de este drama  es la transformación personal que experimenta este hombre egoísta cuando empieza  a  pensar en los demás, en otros enfermos afectados como él en los primeros años del Sida, cuando se desconocía absolutamente todo para combatir la enfermedad.

Dicho esto, hay que advertir que Dallas Buyers Club es una película incómoda, con imágenes sórdidas que, evidentemente, no la hacen apta para todo tipo de paladares. Por ello lo más estimable es la  impresionante actuación  de Matthew McConaughey, tras su transformación física para encarnar con verosimilitud a Woodroof, que le ha hecho merecedor de un Oscar.

Para: Los que vean todas las películas galardonadas con Oscar, independientemente de su argumento