La sequía que amenaza con cortes en el suministro de agua es un lamentable efecto del cambio climático. Las copiosas lluvias que asolan España y que han causado inundaciones en algunos puntos de la península es otro lamentable efecto del cambio climático.

En Galicia, por ejemplo, los incendios del verano terminaron con la economía de la región. Al llegar las lluvias, antaño necesarias para mantener los bosques, han arrastrado la ceniza del verano y se han cargado los caladeros de mariscos.

La sequía es mala, la lluvia también, porque llegan a destiempo y donde no deben, que también tiene ganas la naturaleza de fastidiar y de no obedecer las instrucciones que con tanta exactitud le envía el ser humano.

En unos pocos años los mares estarán esquilmados, las medusas un bicho desagradable donde los haya y no comestible- se adueñan de costas y océanos, mientras, pongamos el rape que es muy feo pero está riquísimo, pues corre el peligro de desaparecer. La pesca debe ser prohibida, más que nada para que, cinco años después de la moratoria total de peces, nos podamos quejar de que la sobrepoblación marina ha esquilmado el placton de los de los océanos.

De hecho, todo lo bueno corre el serio peligro de desparecer. Antes, la queja era que todo lo bueno, una de dos: o era pecado o provocaba colesterol, pero hoy la cosa es peor: todo lo bueno para el hombre es un veneno mortal para el planeta.

El desierto avanza, pero los mares también, aumentando con ello el riesgo de tsunamis, y provocando que los volcanes se desmadren, peligro próximo que nos puede sobrevenir en cualquier momento. Si la Caldera de Taburiente, centro y origen de la isla canaria de La Palma, se hunde, lo que podría suceder en cualquier momento, el maremoto que provocaría alcanzaría la costa Este de Estados Unidos, y pongamos que un 20% del PIB planetario se iría a hacer puñetas, término no muy académico pero ciertamente inteligible.

Por lo demás, el Tercer Mundo parece salir de la pobreza sí, pero lo está haciendo a costa de depredar el medio ambiente que le rodea, y consumiendo de forma desaforada, con un efecto inmediato sobre la emisión de gases de efecto invernadero, que no está claro lo que es pero les aseguro que nos va a golpear el occipucio cuando menos lo esperemos.

Se cultiva demasiado, y así es lógico que la tierra se empobrezca. Se talan bosques por motivos comerciales, lo que viene a demostrar, de nuevo, que no existe otro motivo para talar bosques que ese: el comercial, dado que talarlos no resulta tarea sencilla. El Tercer Mundo cultiva de todo, encima comienza a utilizar pesticidas para matar a los parásitos de sus cultivos. De esta forma, esquilma el medio natural y pone en peligro la reposición. Además, al talar bosques naturales para plantar sus semillas, aumenta el efecto invernadero, que como creo haber dicho antes es algo muy molesto.

Aumentan las avispas y todo tipo de insectos molestos, más que nada porque nos hemos cargado las ranas, que se comían a las avispas y otros bichos muy desagradables. Esto implica que la transmisión de enfermedades se acerca y que, en cualquier caso, debemos afrontar que plagas desconocidas de asquerosísimo bichos pueden invadirnos a no mucho tardar. Por ejemplo, en las grandes urbes los mosquitos no entraban, pero eso es sólo porque la nube tóxica que rodea las grandes ciudades se los carga. Es la misma nube tóxica que multiplica las afecciones respiratorias.

Concluyo. Mi única duda es: ¿por qué no estamos todos muertos?

La Cumbre de Nairobi pretende editar un Protocolo de Kyoto II. Es decir, fastidiarnos más. Estados Unidos sigue siendo el país, al menos el más importante, que se negó a firmar el Protocolo de Kyoto I. Desde luego son listos los norteamericanos, unos tipos que primero tratan de comer y abrigarse lo más barato posible y que luego, sólo luego, se preocupan de los efectos colaterales que produce su alimentación, no al revés.

Pues bien, Kyoto la tomó con la producción de energía, lo que ha retrasado el progreso de los países más pobres, porque las compañías energéticas se han visto obligadas a reducir sus gases contaminantes, dedicando todos sus esfuerzos a reformas y de esta manera no han dedicado sus esfuerzos a expandirse en el mundo pobre. De Kyoto a Nairobi, y tras fastidiar el progreso durante una década, se han percatado de que la energía no tiene la culpa, sin el transporte. Pero claro, una cosa es cambiar la política energética de los gobiernos y empresas y otra modificar las costumbres de la mayoría. Eso es imposible. Así que, en lugar de mutilar el transporte y el movimiento, Nairobi se verá obligado a cambiar el combustible de los automóviles (y de los barcos y los aviones). Si se hubiera dedicado a profundizar en los nuevos combustibles de locomoción, el asunto habría marchado mucho mejor.

Por lo general, los ecologistas son seres bastante plastas cuyas soluciones siempre consisten en fastidiar al ser humano. A los verdes no les molesta ninguna especie animal o vegetal (o si les molesta, tratan de mantener con ellas el menor trato posible), salvo el hombre. Para el conservacionista, la vida es un juego rígido en que sólo hay un comodín: la especie humana.

Por tanto, no debemos olvidar las tres reglas de oro de la cosa ecológica:

1. La naturaleza y el universo no están al servicio del hombre, sino al revés. El hombre no es una especie más, es el señor del universo. En Naciones Unidas aún no se han enterado.

2. La ecología no es una ciencia exacta. Las interacciones entre causa y efecto en la naturaleza son tan amplias que todo lo positivo tiene causas y consecuencias negativas y todo lo negativo tiene algo bueno en su origen o en su proyección. Lo único que no tiene arreglo es, precisamente, aquello contra lo que el ecologista no para de atentar: el hombre. Reducir la producción de seres humanos porque el planeta no da para todos (mentira, siempre da) es como derramar un gran reserva por carecer de botellas suficientes. Lo primero, el hombre, que, además, fertiliza la naturaleza, salvo cuando comete excesos. Pero los excesos constituyen la excepción, no la regla.

3. En ecología todo está inventado, todos los problemas tienen solución, aunque los verdes se empeñe en recitar lo contrario. El genio humano lo ha demostrado al o largo de la historia. Cosa distinta es que algunas de esas soluciones resulten caras. Lo malo es que las soluciones verdes son algo más caras, mucho más inútiles y muchísimo más tristes.

Eulogio López