La banca es un negocio que se controla a sí mismo, lo cual resulta un tanto peligroso.

Sus normas de contabilidad, clave del negocio, son internacionales y no las pergeñan los políticos sino el propio sector. Aún más, al igual que ocurre con el famoso Gobierno mundial -una desgracia que esperemos no llegue nunca jamás- eso significa que el controlador y el controlado son los mismos: la gran banca. Porque un supervisor global para la banca significa, simplemente, ausencia total de supervisión.

Se habla ahora mucho de Basilea III, las nuevas normas internacionales de contabilidad bancaria para un sistema financiero post crisis. Ahora bien, casi todas las reglas que salen de Basilea han sido discutidas antes en foros privados. El más influyente de ellos es el Instituto Internacional de Finanzas, menos conocido que el Club Bildelberg, por decir algo, cuyas conclusiones son copiadas por el Banco Internacional de Pagos de Basilea.

Actualmente, lo preside el muy globalista Josef Ackermann, presidente de unas de las entidades más especulativas del mundo, el Deutsche Bank. En su seno debaten hoy los partidarios de la banca doméstica, la que colabora al bien común de la sociedad, la de toda la vida, con los entusiastas de la banca de inversión, causante y culpable de la crisis, un parásito social que, con sus productos especulativos, ha provocado el actual desastre. Y lo malo es que el debate interno en el Instituto Internacional de Finanzas lo está ganando Ackermann, es decir, los partidarios de un oligopolio mundial de grandes bancos de inversión, parásitos de la economía real a la que acaban destruyendo.

Ackermann se las da de progresista porque pretende supervisores globales, es decir, pretende que no le supervise nadie. Monstruos sin inspección doméstica alguna, capaces de monopolizar el ahorro mundial, capaces de exigir más rentabilidad a los Gobiernos por su deuda soberana hasta situarlos al borde del precipicio.

Es el mismo que recientemente estuvo en Moncloa para reñir al presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero y advertirle que o los españolitos nos apretamos el cinturón o se vería obligado a seguir especulando contra la deuda española. Todo muy democrático.

En definitiva, los banqueros globales pretenden un oligopolio de bancos de inversión, no controlados por nadie, que mantengan el chantaje a la sociedad, el mismo chantaje de los últimos años: ya puedes pagarme para que no me hunda, porque, si me hundo yo, no se hundirá mi patrimonio sino tu fondo de pensiones. O sea, lo de la Última Risa, probablemente la pieza cómica que mejor ha explicado las causas de la crisis y que más ha contribuido a que la gente empiece a comprender cómo se les controla desde los mercados financieros.

Por cierto, el vicepresidente del Instituto Internacional de Finanzas es el presidente del BBVA, Francisco González, que se ha alineado con Ackermann, aunque nada se le ha perdido en la batalla, dado que la fortaleza del BBVA es, precisamente, la banca doméstica.

La solución: bancos pequeños dedicados a su ámbito de cobertura, menos regulación de recursos propios y más de riesgos, de mora, supervisión doméstica local, grupos bancarios con filiales autónomos en capital y liquidez, y desanimar la especulación financiera gravando los productos especulativos -derivados, titulizaciones, capital riesgo- etc., que no la banca doméstica.

Un detalle: uno de los bancos de inversión que necesita ser salvado de la ruina con dinero público fue el Deutsche Bank, el del señor Ackermann quien, naturalmente, no dimitió. ¿Para qué? Dimites y corres el riesgo de que te acepten la dimisión. Él sólo pretende seguir haciendo lo mismo: chantajear a la humanidad detentando su ahorro. Y FG, su monaguillo, encantado de colaborar en la conjura en la posición de españolito útil al burgomaestre germano.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com