Con la justicia ocurre lo mismo que con la elegancia: o es discreta o no es justicia.
El principal peligro actual de la justicia española -y de la política española, y de la convivencia en España- es el sectarismo. Es decir, la cantidad de jueces y fiscales sectarios. Es decir, jueces de conciencia deformada que interpretan las normas según sus prejuicios.

El segundo problema de la justicia española son los jueces-estrella. Curiosamente, el juez sectario es el más subjetivo de todos: interpreta la ley según ese prejuicio y encima blasona de ello.

Dicho de otra forma: el peligro de la justicia no es su politización sino su sectarismo, que a tantos jueces y fiscales les hace faltar a su primer mandamiento: la ecuanimidad.

Y tiene cierta lógica: una sociedad como la nuestra, que presume de no creer en nada y de que la verdad no existe, ha convertido a los jueces en dioses, en verdad último, absoluta y, ¡ay dolor!- impuesta, coercitiva. Hemos convertido al juez en Dios.

Antes obedecíamos, o desobedecíamos a la ley natural; ahora obedecemos a la fuerza las sentencia judiciales, aunque sean injustas. Antes éramos más libres. El caso del juez Fernando Ferrín, inhabilitado y arruinado por el homosexualismo imperante (imperante tanto en el PSOE como en el PP), resulta la mejor ilustración de lo que digo. Sólo los jueces con conciencia se encuentran con problemas para enlazar la ley general con su conciencia particular. Los jueces más brillantes, ante una ley injusta no tienen ningún problema: la aplican y se van a tomar unas cañas. Y como hace unos siglos que el concepto de ley natural fue puesto en entredicho ya sabemos lo que es hoy un juez estrella: el que no tiene conciencia.

Ferrín ha sido condenado, ciertamente por ser cristianos. Y como el mismo recuerda en su libro, en el actual Estado de la Administración de Justicia, lo políticamente correcto puede aceptar cualquier cosa pero un juez cristiano y coherente. Como mucho, que deje su fé, su corazón y su cabeza, en el perchero, antes de entrar en el tribunal.

Insisto, no es que Ferrín no cumpliera con la ley o subrordinara esta a su conciencia. Lo que ocurre es que la interpretación en boga de una legislación homosexualista impedía a un juez, no ya aceptar que una menor fuera educada por dos lesbianas. Sino tan siquiera preguntar por ello. Esto es: plantearse si lo mejor para un menor es ser educada por un padre o madre o por dos lesbianas. Yo personalmente, lo tengo bastante claro.

Porque la ley no dice –aunque sus promotores progres así lo pretendan- que todas las menores deban ser criadas por dos lesbianas. Lo que dice la ley es que el juez debe buscar lo mejor para la educación del menor. Eso es lo que hizo Fernando Ferrín y por ello fue condenado y, ojo, masacrado. Pasó de juez a convicto y todo el sistema políticamente correcto se volcó contra él. Y nadie le defendió: no era un juez estrella ni formaba parte de ninguna secta judicial.

Insisto: al juez Ferrín no se le puede dejar solo. Así que ánimo: a rascarnos el bolsillo. No ven que, de otro modo, los políticos como Gay-ardon y los jueces estrella se saldrán con la suya. Ya laminaron a Fernando Ferrín, le condenaron, le apartaron de la carrera judicial y le arruinaron. Ahora exigen que no se hable de su tropelía. Pues bien, evitémoslo. Insisto, seguiré hablando de Ferrín para que su caso no caiga en el olvido y, además, pido a todos los lectores de Hispanidad que hagan su donación para que Ferrín pague las deudas que le han infligido en:

Barclays Bank: 0065-0036-71-0001089147.


Eulogio López
eulogio@hispanidad.com