Al ministro José Blanco le preguntaron en la mañana del lunes por las palabras de Ángela Merkel contra España, en presencia de Sarkozy y si la impericia de Zapatero desacreditaba a España.

Pues bien, el agresivo Pepiño sólo se atrevió a decir que lo de Merkel era una obviedad pero, eso sí, machacó al jefe de la oposición. Es decir, la España cainita.

Lo de Merkel es una mentira, una grosería y una canallada. Primero filtra a la prensa alemana que España necesitará ayuda del fondo del salvamento europeo porque está hecho unos zorros. Luego, cuando se le pregunta por la situación española, en lugar de decir la verdad, es decir, que el endeudamiento español es menor que le de otros países de la Unión a los que nadie pone en tela de juicio, como Reino Unido, Holanda o Italia, Merkel asegura que España tiene todo el derecho a acudir al fondo. Es decir, que da por ciertos los nacionalismos xenófobos de la prensa alemana -por alemana, prepotente- alentando, así, la mentira sobre la situación española.

Pero el problema no son los ataques de Alemania a España sino los ataques germanos a la Unión europea. Veamos: en cuanto el cristianismo sale por la puerta la solidaridad sale por la ventana. La Unión Europea se fundó sobre un mandamiento muy sencillo: a través de un presupuesto común, donde los países ricos aportaban más que los pobres. Así se forja un solo Estado, algún día un solo país, algún día una sola nación.

Pero todo saltó por los aires con Maastricht. A partir de entonces ya no fue el deseo compartir unos valores cristianos y la sacralidad de la personas, es decir, una zona de ciudadanos libres, sino el cumplimiento, por parte de los países miembros, de unas normas de mercado, especialmente de control del déficit público. Es decir, con Maastricht, Europa dejó de ser un sistema de valores para convertirse en un oligopolio. Ya no se buscan hombres ni ciudadanos libres, sino hombres ricos y mercados financieros florecientes. Desde ese momento, el liderazgo deja de ser moral para convertirse en económico. Hacen buena la crisis de la izquierda.

Merkel no defiende ni a los europeos ni a los alemanes, defiende la deuda alemana, que es su instrumento de poder favorito.

Insisto: el problema no es España sino Europa. El estupendo programa europeo de los fundadores de la UE se vino abajo con Maastricht. A partir de entonces, las condiciones para acceder a la Unión dejaron de ser el respeto a los derechos humanos para convertirse en el control de las cuentas públicas.

Para eso no hacen falta más Europa sino más City. Es el camino que marca la soberbia de Merkel y el apocamiento de José Blanco.

Eulogio López

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