El Gobierno español está dispuesto a ponérselo difícil a las empresas que se vayan del país en busca de salarios más bajos. La verdad es que sólo aquellas empresas a las que se les ha ofrecido suelo industrial o ventajas fiscales para instalarse tienen algo que temer, y así y todo es muy discutible que esas subvenciones públicas puedan aplicarse con efecto retroactivo.

En cualquier caso, lo más gracioso de esto ha ido atracción de los medios digamos liberales. El económico Expansión, por ejemplo, exclamaba: Hacen mal los que alientan posturas proteccionistas como vacuna contra el imparable poder de Asia, y en especial de China

Pues no estoy yo nada seguro de que hagan mal. Por el contrario, creo que hacen muy bien. Veamos, la esencia del liberalismo económico no es que cada uno haga lo que le venga en gana porque en esa situación, en economía el pez grande se come al chico. Sencillamente. Los asiduos de este neoliberalismo afirman con los clásicos que al final, el mercado pone a cada cual en su sitio, pero se olvidan del periodo de cambio, que se puede llevar por delante a países empresas y particulares. Olvidan, en definitiva, alguna lección de Juan Pablo II en materia económica: entre los factores de la producción existe uno que es muy especial: el trabajador, porque es una persona. Por tanto, no me vale que la apertura de fronteras ante China o ante los nuevos miembros de la Unión Europea, se haga a costa del factor trabajo. Precisamente por eso, porque no es un factor, sino una persona, mientras se consolida el cambio, el tal factor puede haberse ido a hacer puñetas.

No, la esencia del liberalismo es la igualdad de oportunidades. Eso sí. Y para igualar las oportunidades de todos, es muy posible que haya que privilegiar al pequeño. Veamos, empresas españolas y extranjeras en España (en Francia, y en Alemania) quieren cerrar sus puertas y marcharse, por ejemplo a Letonia. ¿Por qué? Porque el trabajador letón del sector industrial, cobra diez veces menos que el salario medio de la unión Europea (hablo de coste laboral, lo que incluye impuestos) y siete veces menos que en España. O mejor: el coste laboral por hora trabajada en España es 4,5 veces superior al de la media de los nuevos diez miembros de la Unión Europea. Naturalmente, el empresario quiere irse al nuevo mundo, o a la India, o a China, o a Brasil. No es una buena gestión aquella que se basa en la explotación del factor trabajo. Y, al mismo tiempo, una buena política liberal no es la que permite reducir costes a la empresa, sino la que posibilita la igualdad de oportunidades, entre países pobres y ricos, entre familias pobres y ricas, entre individuos pobres y ricos.

Los liberales pugnan por unas bases monetarias comunes, y así, aplauden la puesta en marcha del euro e incluso suspiran por una moneda común para todo el planeta, porque el cambio de divisa provoca distorsiones. Es más, también pugnan porque la Unión Europea homologue sus políticas fiscales, así como las legislaciones mercantiles. Ahora mismo, el capitalismo mundial pugna incluso por homologar toda la normativa contable, los famosos IAS no es otra cosa que intentar que los listillos no se aprovechen de las diversas legislaciones existentes.

Pues con mucha más razón hay que tender a una homologación mundial de las condiciones salariales, que pasa por la elevación de los salarios de hambre vigentes en tantas latitudes. Claro que se pueden ampliar políticas proteccionistas frente a China, que compite gracias a salarios de hambre y a la explotación de su población. Se puede y se debe. Es, simplemente, un deber de justicia social, mucho más eficaz que comprarle vestidos a bajo precio, sabiendo que son producto de la explotación de millones de chinos, y luego enviarles dinero para ayuda al desarrollo y alguna ONG con ganas de hacer turismo.

En el entretanto, seguimos globalizando a lo liberal: nadie osa discutir el dogma de la libre circulación de capitales y productos pero, naturalmente, nos seguimos negando a abrir las puertas a todos los chinos que quieren trabajar en Europa. Esto es: la globalización liberal es para capitales y productos pero no para personas. Preferimos que los chinos sigan fabricando nuestras corbatas en su país, con sueldos de hambre. Lo que no nos gusta es tenerlos en la Plaza de Cibeles.

Pues bien, una de dos: o abrimos las fronteras a las personas o exigimos unas condiciones laborales y salariales mínimas en los países que quieran disfrutar del librecambismo mundial. Y si no, proteccionismo. Porque, a la vista de lo que hablan y escriben los autotitulados liberales, se diría que quieren estar en misa, repicando y en la taberna, Y todo al mismo tiempo no puede ser.

Eulogio López