Se anuncia con prosopopeya: la mayor concentración de trabajadores de la historia: ha nacido la Confederación Sindical Internacional, paralela a la Organización Internacional del Trabajo, más que nada porque la OIT sobrevive gracias al principio de todo organismo público, aún más si se trata de un organismo internacional, entes que nacen pero no mueren.

La CSI quiere luchar contra los efectos perversos de la globalización, pero como en muchos países, por ejemplo, en España, los sindicatos llevan demasiado tiempo convertidos en máquina de cerrar empresas, conviene repetirlos. De las centrales sindicales actuales cabe decir lo mismo que de los bancos: si éstos son entidades creadas para proporcionar dinero al que no lo necesita, los sindicatos son instrumentos de defensa del trabajador que ya trabaja y, en grandes empresas, esto es, con sus derechos perfectamente regulados, que son los trabajadores que menos defensa precisan.

Pues bien, los efectos perversos de la globalización lo son porque la globalización discurre por caminos tortuosos, es decir, que se trata de una globalización más bien deficiente. Y todo el mundo conoce esos errores. El más importante de ellos, es que los países pobres compiten con los ricos gracia a salarios de miserias. Pero ojo, no compiten con la tecnología occidental (la tecnología, como la información, fluye por todo el planeta) sino con las subvenciones públicas de los Gobiernos occidentales, especialmente a la agricultura, es decir, al sector alimenticio y textil, el más importante para el desarrollo. Además, por mil vías distintas, el otro sector clave para el desarrollo, la energía, también recibe infinidad de subvenciones públicas en Occidente.

En definitiva, no se trata de crear ninguna CSI, sino un SMI, es decir, un salario mínimo internacional, que deberían cumplir todos aquellos países que pretenden participar del libre comercio mundial, esa quimera que persigue la OMC. A cambio, insistamos en ello una vez más, los países ricos deben retirar sus subvenciones públicas.

La segunda barrera que impide una buena globalización es que el proceso se está llevando a cabo de forma parcial. Se levantan las barreras a la libre circulación de capitales y de productos y servicios, pero no de personas. En todo Occidente, bajo pretextos de prudencia y racionalidad, se están cerrando las fronteras a los trabajadores del Tercer Mundo. Pues una de dos: o cerramos el paso a los tres factores de la producción o los abrimos para los tres. Y desde luego para el factor trabajo, porque constituye el elemento más importante de todos: es el factor humano.

Al mismo tiempo, no es posible, ni tan siquiera bueno, globalizar sin reducir la corrupción. Los llamados países emergentes (China, India, Rusia y Brasil) se caracterizan por altísimos niveles de corrupción. Y la corrupción está relacionada con los derechos humanos. Occidente ya no exige como requisito imprescindible para invertir, que se respeten los derechos humanos. Por ejemplo, en China, donde las multinacionales de los países libres están dispuestas a aceptar cualquier condición ahora entran en tan gigantesco mercado, y miran para otro lado cuando ven lo que horroriza a cualquier persona con sentido común. Es lo que podríamos llamar un espacio neutral para los negocios, verdadera mariconada hoy tan de moda para definir las relaciones entre moral y política: ninguna.

Eulogio López