• ¿Reforma laboral "maximalista y radical"? ¡Ojalá hijo, ojalá!
  • Los nuevos pobres urbanos, los que buscan en los contenedores.
  • Garzón, la historia del juez que no cree en la justicia. 
  • ¿Qué es la blasfemia contra el Espíritu Santo? Pues lo de ahora mismo.   

Las tornas han cambiado: los medios informativos frívolos –por ejemplo, Tele 5- están con la Monarquía y los serios –o así- en contra. Bueno, en contra del Rey, que no del Príncipe. El tándem Pedro J. Ramírez-Letizia Ortiz Rocasolano continúa con su intento de que el Rey Juan Carlos abdique en su hijo Felipe de Borbón, al que ambos consideran -por interés el uno, que vive de los prohombres que liquida desde El Mundo, por razones obvias la otra- "uno de los nuestros".  

Total: que no se rompe la monarquía española pero sí se ha roto la Familia Real española, es decir, las personas que personalizan la institución. La infanta Cristina, el nuevo objetivo del dúo Ramírez-Ortiz, casi tres meses fuera de España, ha venido a Madrid y ha podido abrazar a su padre, que es quien ha dejado caer a su esposo Iñaki Urdangarín y le ha puesto a ella misma casi en el banquillo de los tribunales.

Pero aquí viene lo más curioso. SAR Cristina no considera que el culpable de su tribulación sea su padre, sino su cuñada y futura Reina de España, al igual que su hermano, a quien considera culpable de estar controlado por su esposa. En plata: SAR Cristina se negó a ver a su hermano, vecino de su padre, durante su estancia en Madrid.

Esta es la historia de la caza del hombre, a la que tan propensos somos en España. Puedo prometer y prometo que Iñaki Urdangarín no mató a Manolete. Aunque si pongamos mañana leo en el diario El Mundo que, por ejemplo, el matrimonio Urdangarín de Borbón está detrás de la crisis bancaria modificaré mi juicio.

El Duque de Palma es un pobre engreído que ha pretendido utilizar su nombre para medrar. Sí, ha cometido irregularidades y debe pagar por ello, pero hemos abierto una peligrosa caja de Pandora y, encima, se ha abierto por motivos espurios: por la alianza entre un periodista que vive de exhibir su poder para derribar poderosos y una futura reina que pretende una monarquía a su medida, un monarquía progre. Por el momento, doña Letizia está ganando la batalla pero no ha ganado la guerra. La guerra la ganará si consigue su objetivo: la abdicación de Juan Carlos I y su acceso al trono.

Otras cuestiones más graves pueden achacarse a la Familia Real como, por ejemplo, su empeño en congratularse con la progresía, bajo uno de los principios básicos del actual monarca: nunca se ha preocupado de la derecha sino de acercarse a la izquierda, pues considera que de la izquierda es de quien depende la supervivencia del Trono. Política suicida y un tanto cobarde que le ha llevado a rubricar leyes homicidas, como la de aborto, promulgada por Zapatero, que es una ley que atenta contra el derecho a la vida sin el cual, no puede hablarse de democracia.

¿Reforma laboral "maximalista y radical"? ¡Ojalá hijo, ojalá!  

Un veterano, y buen periodista español me espeta en la COPE que la propuesta de Hispanidad sobre reforma del mercado de trabajo es "maximalista y radical". Me recordó lo del viejo chiste de la llamada telefónica:

-Oiga, ¿es el Banco de España?

-¡Ojala, hijo, ojalá!

En Hispanidad llevamos insistiendo en las claves de la creación de empleo en España. Son tres: un solo contrato, indefinido, con despido libre con una indemnización de 20 días. El segundo punto es la reducción de cuotas sociales –o su eliminación- y sustituir la financiación de las pensiones por una subida del IVA. En tercer lugar, a cambio de los derechos que pierde el trabajador, subir los salarios bajos, especialmente el salario mínimo interprofesional, que debería pasar de los 641 euros mensuales brutos a los 1.000 euros netos.

Y esto no sólo porque sea eficaz sino porque es lo justo. Es justo porque defiende la propiedad privada. En puridad, un propietario no tiene por qué darle razón alguna al empleado que despide: ¿Es que no puede hacer lo que quiera con su propiedad? Lo que hay que exigirle a ese empresario es que pague un salario justo a sus empleados.

Frente a esto, el Gobierno Rajoy ha lanzado una reforma que abarata el despido y que precariza el empleo. Eso no favorece al pequeño empresario sino al grande, a ese que despide a ritmo de 1.000 empleos de una tacada. Pero la gran empresa no crea empleo, el pequeño sí.

En efecto, es verdad que esta reforma va a conseguir que haya mucha rotación de empleo pero no que se cree empleo.

La doctrina social de la Iglesia recuerda que el salario no lo puede fijar el mercado porque, de los tres factores de la producción –capital, producción y trabajo-, el trabajo es el único que tiene rostro humano.

Porque abaratar el despido beneficia a la gran empresa y liberalizar la negociación salarial perjudica a los sindicatos. Mal lo primero y bien lo segundo porque los sindicatos no se preocupan de los salarios sino de los subsidios, es decir, de aquello que preserve su propio poder. Ahora bien, ni lo uno ni lo otro creará empleo. El empleo lo crea el emprendedor y el mini-empresario y basta con ponérselo fácil.  

Los nuevos pobres urbanos, los que buscan en los contenedores

Cada día percibo más personas de la economía de la colilla. Lo noto en los cubos de basura, cada día más visitados. Gente que abre los contenedores para encontrar comida y ropa, es decir, los dos elementos de  primerísima necesidad, de subsistencia. No de noche, no, sino a plena luz del día. Y no son sin techo, sino padres de familia. De hecho, con un paro del 23% la historia no resulta tan extraña.  

Los cubos de basura, cada vez más buscados. La pobreza ya no está en el campo sino en las ciudades, cuanto más grande es la ciudad más miseria. Y lo malo es que las megaurbes no sólo cunden en Occidente sino en el Tercer Mundo y en los llamados países emergentes, esos que unen el poder de sus gobiernos a la miseria de sus habitantes.

Garzón, la historia del juez que no cree en la justicia

No lo duden: Baltasar Garzón es un juez con muchos seguidores. En España, un ídolo de la progresía, en Argentina, un ídolo nacional.

Mi amigo Pablo Caruso, director del programa Estrella de Radio Cultura entrevistaba al abogado Slopoy animador de la parroquia garzoniana en Buenos Aires. Habla de la sentencia sobre la violación del derecho a la Defensa, donde Garzón ha sido condenado por grabar conversaciones entre el acusado en la trama Gürtel y sus abogados, pero nuestro hombre no quería hablar sino del genocidio franquista, que no era noticia pero seguramente lo será. Así que el entrevistado decidió calificarle de fascista, que es un adjetivo estupendo porque no dice nada pero sirve como insulto para todo.

Miren ustedes, el problema es que el progresismo, el discurso cultural imperante, decidió que todo credo, principio, convicción o ideología no era sino una opinión y de ahí pasó, como no podía ser de otra forma, a considerar que las normas no son normas sino sugerencias.

Ahora bien, cuando uno se vacía de Dios, es decir, de principios, recurre al ídolo, es decir, a los héroes. Y Garzón es su héroe. Con un progresista no puedes debatir porque no atiende a razones sino a prejuicios. El progre exige, además, el mismo entusiasmo juvenil que el mostrado en la defensa de Garzón. No se trata de tener razón sino de tener la razón. El progre no tiene convicciones pero sí prejuicios. Por tanto, si Pablo Caruso entraba en la cuestión de por qué se ha juzgado y condenado a Garzón estaba claro: Caruso es un fascista. ¿Para que perder el tiempo en argumentos?

Un estilo de vida, por cierto, calcado de su ídolo. Garzón, un hombre dedicado a juzgar a los demás, considera que quienes le han condenado no pueden haber actuado con rectitud de intención. Y por eso, él, don Baltasar, que ha condenado a tantos, asegura que el juicio estaba "predeterminado". El juez progre es el único que no cree en la justicia. Lógico.

¿Qué es la blasfemia contra el Espíritu Santo? Pues lo de ahora mismo.   

En la hora de su muerte, Chesterton pronunció aquellas palabras proféticas: "Ahora todo ha quedado claro y cada cual debe elegir entre la luz y la oscuridad". Uno diría que ese "todo está claro" sucede en la vida de cada hombre, al menos una vez en la vida –sospecho que varias- así como, de forma ineludible, en la hora de la muerte.

Ahora bien, juraría que lo singular del tiempo moderno –es decir, de la modernidad- es que ahora es toda una generación la interpelada, todo un mundo el que debe elegir entre la luz y la oscuridad. Y ya se sabe que en este tipo de encrucijadas lo único que no se admite es… no elegir.

¿Y por qué pienso esto? Pues porque la modernidad es la historia de la blasfemia contra el Espíritu Santo. Estoy leyendo una joyita sobre las apariciones de Fátima (1917). Entre otras cosas, narra el viaje a la pequeña población portuguesa de Juan Pablo II, en 1983, dos años después del atentado que le puso a las puertas de la muerte. Hincado de rodillas, el papa recio hizo tres peticiones a la Inmaculada:

1. Del hambre y de la guerra líbranos.

2. De la guerra nuclear y de una destrucción incalculable y de toda especie de guerra, líbranos

3. De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos, líbranos.

Dos libranzas solicitó Karol Wojtyla para esta tercera súplica que parecía menos telúrica que las anteriores.

¿Y qué es eso del pecado contra el Espíritu Santo? Pues consiste en la moral invertida (tranquilos, nada que ver con la sodomía, que es inversión de otro tipo bien distinto). El pecado del Espíritu Santo consiste, según definición del propio Cristo, en atribuir a Dios obras del maligno… y supongo que viceversa. Convertir lo malo en bueno y lo bueno en malo. No encuentro ninguna historia que defina mejor a nuestro mundo.

Sí, el aborto es un homicidio pero no es un pecado contra el Espíritu Santo. El pecado contra el Espíritu Santo llega cuando se convierte el aborto en un derecho humano.

Por decirlo de otro modo, venimos de una época donde el malo era un rebelde: se burlaba del dogma y de cualquier otra cosmovisión porque violentar la norma moral le acarreaba ventajas, pero no pretendía cambiar el decálogo. Sus sucesores han dado un paso hacia la blasfemia contra el Espíritu Santo. Su axioma viene a ser éste: ¿Cómo va a estar mal lo que yo hago si lo hago yo? Esta es la nueva etapa del Nuevo Orden Mundial (NOM) cuyo objetivo último es acabar con el Cristianismo (tranquilos, jamás lo logrará). No quiere vulnerar la moral cristiana, quiere hacer su propia moral y convertirla en dogma. No quieren matar al Papa, quieren ser Papa. No quieren destruir la Iglesia, quieren conquistarla.  

Y esa es la falta que no se perdona ni en este mundo ni en el otro.

 

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com