Sr. Director:
Hace ya varios años que oí la expresión con la que titulo estas líneas: Aprender a tener nariz católica y de entrada me hizo gracia; luego al oír la explicación de esa frase y profundizar en ella comprobé que también tenia mucha miga.

 

Si la sensibilidad pituitaria juega un papel importante a la hora de consumir los alimentos, deberíamos desear tener también una nariz en condiciones para saber detectar, tanto el tufillo peligroso de actuaciones, palabras o criterios que nos brindan en tantas ocasiones, como el sabroso olor de lo que esté bien aderezado ética y religiosamente hablando.

Para juzgar las actuaciones o comportamientos humanos ya contamos con leyes y sus intérpretes que aplican en cada caso el fallo más acertado.

Los católicos contamos igualmente con verdades y leyes, tanto sobrenaturales como morales y la autoridad de la Iglesia nos ilustra para no errar en estas materias.

Pero lo que a primera vista resulta tan sencillo, en la práctica queremos ser más papistas que el Papa y tomamos nuestro yo como argumento de autoridad, o nos remontamos a las interpretaciones de otros pontífices cuyas opiniones más bien confunden.

El asunto sería cómico si no dejara mal parado el nivel intelectual y religioso de quienes así proceden. Un ejemplo reciente sería el de un conocido político que se precia de ser católico practicante pero a la hora de demostrarlo desoye las enseñanzas de la Iglesia y actúa a su conveniencia en materia moral grave.

El tener nariz católica nos ahorraría un montón de desconciertos, confusionismos, indecisiones que pueden poner en peligro nuestra correcta actuación, si es que queremos ser consecuentes entre lo que creemos y lo que hacemos.

La doble vida nunca ha sido una situación deseable pues ya se sabe que es propia de una grave enfermedad mental, y resulta curioso que muchas veces y sin llamarla enfermedad descubrimos que nuestra actuación tiene rasgos esquizofrénicos al no saber aplicar esa unidad de criterio que debe abarcar todos los momentos de nuestra vida personal y cívica.

Aun a riesgo de chocar frontalmente con la concepción de la vida de hoy, el cristianismo tiene una exigencia que no puede convertirse en burgués para endulzar las ocasiones difíciles que se le presenten, sería empobrecerlo.

El tener buena nariz católica (formación) junto con la fe nos ayudará a sustituir la primacía del materialismo por el crecimiento integral del hombre.

Pepita Taboada Jaén