Todo tiene sentido, pero para comprenderlo hay que ir a la raíz. Es lo que hace el filósofo Leonardo Polo, ya fallecido, en el libro 'Quién es el hombre. Un espíritu en el tiempo' para descubrir mucho de la fragilidad existencial que nos rodea y que propicia que muchos mueran, muy libres, como imbéciles. Es curioso, porque ese libro -que necesitaría ser reescrito para que su fondo brille en mejores formas- es en realidad el esqueleto de la Introducción a la Filosofía que impartía a los estudiantes de primer año, en Navarra, de ahí -es posible-, la despreocupación formal. ¿Fue una trascripción No se asusten, esto va de la vida, no de filosofía.     Hay una atmósfera que flota en el ambiente, que es inquietante. La sociedad española se ha dado un buen revolcón en pocos años. Ha pasado de un extremo a otro, sin darse cuenta, como quien dice: ha bajado un escalón desde lo formal y socialmente bueno (eso que complace a todo el que lo mire) a la ausencia de referencias morales para distinguir y apreciar lo que está bien y descartar lo que nos embrutece. No siempre, es verdad. Sigue habiendo padres estupendos, sacerdotes que predican con los dones de ciencia y sabiduría, y buenas personas que, a pesar de los pesares, mandan mensajes con sentido común. Pero late en el ambiente esa ausencia de valores morales, que son una referencia veraz para chavales, jóvenes y no tan jóvenes. Tal como se plantean -o se nos plantean- muchas cosas, parece como si todos debiéramos nadar en la indiferencia y guardar la ropa -por aquello de no molestar a nadie-, tener pocas convicciones -engañándonos porque es indudable que cuesta lo suyo mantenerlas-, huir del compromiso como de la pólvora -demasiada responsabilidad en un mundo tan ingrávido- y, en suma, asumir la confusión como un pálido reflejo que nos identifica, en el que cabe poco y, lógicamente, todo vale. Suenan demasiado ese nada es verdad, nada es mentira", ese vive y deja vivir" y otro tipo de fruslerías que no sostiene ni un mosquito. Es aquí donde interviene el maestro Polo, para quien la libertad es algo más que elegir entre ginebra y vodka (brillante comparación, sobre todo para quien le gusten esos dos licores). Leonardo Polo parte de una consideración innegable: El hombre es un ser ético porque es libre" y penetra después en las consecuencias lógicas de lo que eso supone. Para que nadie se pierda: quiere decir algo tan sencillo como que un animal no es ético, porque no actúa por el bien o el mal de lo que decide, sino por instinto. El siguiente paso no tiene desperdicio. ¿Qué nos hace mejores Y contesta el filósofo, sin dudarlo, que el crecimiento. Todo lo bueno que el hombre adquiere a lo largo de la vida, explica, supone crecer: tanto física como psicológica o emocionalmente y, con el tiempo también, en sabiduría. Lo que hacer crecer, suma, no resta. Comienzan a casar -sólo son ejemplos- menudencias como la ilusión de una madre por los pantalones menguantes de su hijo (porque está creciendo como Dios manda, aunque haya que comprar nuevas prendas) o la satisfacción de un buen profesor con el avance de sus alumnos (están empezando a pensar en algo más que los ababoles y eso es magnífico). Ahora bien, llegado a este punto, Polo es contundente: todos los crecimientos del hombre son finitos, salvo uno, el de su propio perfeccionamiento como hombre. Crecer, perfeccionarse como hombre, es la más alta forma de crecimiento que existe", dice. Las otras formas de crecimiento son limitadas, desde el mero crecimiento biológico, los reflejos y la imaginación que adquiere un niño, o el control del propio cuerpo y los diversos conocimientos que se van descubriendo (y sumando) con la madurez. Y es verdad: aunque todo queda -como recuerda Antonio Machado-, todo pasa. Lo que se mantiene, a pesar del deterioro externo, es lo que llevamos dentro, al margen de eso que se dice de coña que todo se pega menos la hermosura. Ya les gustaría muchos que no fuera así. Dicho esto, el filósofo está a un paso de la conclusión a la que lleva el título del principio de este artículo: crecer sin referencias morales… para morir como un imbécil. Está claro que las referencias morales ayudan a crecer, aunque no sean determinantes, del mismo modo que tampoco lo son cuando contribuyen a decrecer (me vuelve otra vez ese todo se pega menos la hermosura con un poco menos de coña). No es lo mismo vivir en una selva que en un pueblo de la sierra, vamos. De igual manera que no es lo mismo saber desde niño que el aborto es un asesinato a correr con pantalones cortos en un ambiente en el que el infanticidio es la cosa más normal del mundo. Como explica Polo, un hombre crece más en la medida en que se comporta éticamente; es decir, en la medida en que se perfecciona. Va otro ejemplo: un hombre crece y se perfecciona como tal practicando la justicia, del mismo modo que el que comete una injusticia, decrece, se hace un poco más injusto. Está bastante claro, ¿no Pasa con todas las virtudes o con todos los vicios. Lo ético, o lo bueno, es lo que nos perfecciona. Bien. Comprendido lo anterior, se puede sacar mejor jugo a la conclusión posterior de Polo, asombrosa en cualquier caso. Como el hombre es una criatura temporal -es decir, vive en el tiempo- también muere. El fenómeno no se le escapa a nadie.
Todo apunta a nadar en la indiferencia, tener pocas convicciones, huir del compromiso y asumir la confusión del todo vale
Ahora bien, hay dos maneras de morir. La primera, porque uno es mortal y, en consecuencia, se muere; la segunda, como un imbécil. Veamos la diferencia, diciéndolo de otro modo. En la primera, porque se ha acabado su tiempo en la tierra. Apunta con sorna el filósofo a este respecto que normalmente, uno se muere, a no ser que antes acabe la historia". Pero se puede morir también como un imbécil", que es la segunda opción (ojo, igual de libre). Me he tomado la molestia de buscar en el diccionario de la RAE lo que dice de ese adjetivo calificativo; entiende por tal a un alelado, escaso de razón". La explicación de Polo es la siguiente. El que ha procurado vivir éticamente -o sea, creciendo- no se puede decir que muera como un imbécil, sencillamente porque su muerte tiene sentido. Ha tenido sentido nacer y tiene sentido morir. Para los que afrontan de ese modo su existencia, la vida no termina sin más, sino que se completa. Y se completa y no acaba sin más, porque no han perdido el tiempo. Todo lo contrario, lo han aprovechado. Como el tiempo concedido al hombre es finito -dice textualmente el filósofo-, vivir temporalmente se distingue de la vida eterna. Pero si el tiempo no se ha perdido, se ha empleado en crecer y se ha completado". Poco más. Polo cita el ejemplo de San Pablo, cuando expresa, unos meses antes de que lo degollaran en Roma: He terminado mi carrera" (cursum consumavi). He terminado, es decir, no he perdido el tiempo, lo he completado". A partir de ahí se pueden hacer dos cosas: pensar en cuánto le duele a uno la rodilla y que, tal vez por ello, va a hacer mal tiempo, o avanzar un poco más, aprovechándolo. Como ha quedado señalado, las referencias morales ayudan a crecer, aunque no sean determinantes. La libertad juega una baza inagotable de inspiración para ser mejores. Todo depende de uno, que es ético porque es libre. Rafael Esparza rafael@hispanidad.com