El progresismo nunca ha confiado desasido en el ser humano. Por eso, para luchar contra el SIDA pide condones, dado que está convencido de que el ser humano es capaz de vivir la fidelidad y aún menos las abstinencia. Por eso, también, prohíbe fumar, porque está convencido de que el ser humano es incapaz de decidir por sí mismo si quiere entregar al sepulturero unos pulmones algo tostados o unos pulmones en perfecto estado de revista. Por la misma razón, y siempre para librar al individuo, naturalmente, en la cárcel de Palma de Mallorca (no en las mazmorras de Argel, no en le penal del a Isla del Diablo, sino en la cárcel de Palma, capital turística del Mediterráneo) han castrado químicamente a un sujeto acusado de violar a catorce niñas.

Uno comprende que, leída la frase anterior (violación a catorce criaturas) la reacción inmediata es remachar: ¡Qué pena que la castración haya sido química, y no física!, pero superada la impresión debemos preguntarnos hacia dónde nos encaminamos exactamente. Nótese que el propio juez estamos en un Estado de Derecho, no lo olvidemos- fue quien propuso las castración del individuo, pero como el asunto resultaba muy fuerte para algunas mentalidades sensibles, el servicio médico del penal decidió administrarle acetato de ciproterona, compuesto antiandrógeno que es utilizado para inhibir el deseo y de paso todo lo demás. Y hemos terminado.

Pero en Palma de Mallorca alguien olvidó que lo que convierte a un personaje en un repugnante violador de niñas inocentes no son sus testículos, sino su cabeza y su corazón. Para evitar que deje de violar hay que intentar transformar éstos, no aquéllos. El procedimiento es más largo y más complejo, pero merece la pena intentarlo.

Es la misma diferencia entre Islam y Cristianismo. El primero ofrece soluciones que apuntan a los efectos, mientras el segundo intenta abordar las causas. Si robas, te cortan las manos, con lo que no podrás robar, pero no dejarás de ser un ladrón. Si violas, te cortan... Dejarás de violar pero no de cometer obscenidades o de vulnerar la libertad o intimidad de un niño. Se me ocurren un montón de medios. Porque un violador, habrá que insistir, no está enfermo de la entrepierna: está enfermo del alma, o de la mente, o de la psique, como quieran ustedes llamar a esa cosa inmaterial que hace al hombre.

Insisto, el primer mandamiento de la modernidad es muerto el perro se acabó la rabia. Es el mismo silogismo de Mar adentro, película convertida en tótem de la modernidad. Para quitarle el dolor le quito la vida; para curar el dolor de muelas, le corto la cabeza. Y el asunto funciona, porque los muertos no sufren jaquecas.

Sí, lo sé. Tiempo atrás a esta genial manera de razonar la calificábamos como chifladura. Pero tenga en cuenta que no se traba de una chifladura progresista. En el fondo, lo que está predicando la modernidad es que el hombre no es redimible, es decir, que el hombre no tiene remedio. Lo malo es que si se equivocaran perdón por el atrevimiento. Y lo que es peor: las soluciones progres nunca tienen marcha atrás. Es como el Código Penal, una pistola con una sola bala, un camino sin retorno.

Eulogio López