Ya lo decía Clive Lewis: no se puede correr con mangueras a las inundaciones y con barcazas a los incendios. Asociaciones de la prensa y periodistas veteranos, sin duda con mejor intención que discernimiento, hablan -y ni paran- acerca de la necesidad de mejorar la calidad del periodismo.

Siempre es bueno mejorar la calidad del periodismo, pero mucho me temo que de lo que hablamos no es de una mejora moral de los actuales medios (por ejemplo, en el respeto a la intimidad o en la salvaguarda de una serie de principios básicos). No, de lo que se habla es de mejorar la profesionalidad, es decir, la técnica del periodismo, que nunca ha brillado a mayor altura técnica. Uno diría que, desde este punto de vista, el periodismo actual es hasta demasiado bueno.

Pero, sobre todo, el problema está en que no se puede centrar la cuestión ahí la cuestión ahí, justo cuando la libertad de prensa está atravesando uno de sus momentos más crudos, cuando puede hablarse de que en verdad, la libertad de prensa está en peligro ante el doble ataque del oligopolio editorial y de la plutocracia reinantes (sí, por si quedaba alguien por darse cuenta, vivimos en una plutocracia, donde manda el dinero). Asociaciones periodísticas, libros blancos, expertos en buen gobierno y, sobre todo, directores de comunicación de gobiernos y multinacionales (los famosos dircom) elevan la crítica y acusan a los periodistas de amarillismo, especialmente al periodismo independiente, claro está, que es el único donde todavía puede leerse algo escrito con un mínimo del libertad.

Día sí día no, almuerzo (o desayuno, o meriendo, o ceno, que es así como se hace el periodismo en España), con un dircom, y todos los días oigo el lastimero canto de la degeneración periodística, que al parecer comenzó con Adán y Eva y, desde aquel momento, no termina de caer. En los debates públicos ocurre lo mismo : por ejemplo, recuerdo la genial frase de un poderoso dircom (antes conocidos por el nombre más apropiado de relaciones públicas) quien aseguraba sin que se le moviera el tupé, que exclusiva es otra forma de llamar al tráfico de influencias.

Miren ustedes, la verdad es que los grandes multimedia rarísima vez publicarán algo que moleste a la plutocracia imperante, sea al Gobierno o poder económico. Y, desde luego nunca tirarán piedras contra sus propios tejados : es decir no controlarán al mayor de los poderes que es el poder mediático, porque ese es el que le paga el sueldo.

En cualquier caso, los que estamos en el oficio sabemos que ningún redactor de El País o de Expansión, y ellos lo saben, puede tocar a según qué prebostes de la política (en el caso de la política, lo que vivimos es un alineamiento absolutamente vergonzoso con la izquierda o la derecha), una serie de grandes banqueros y empresarios y los gurús del mundo cultural, variables según la conciencia de, precisamente el oligopolio informativo.

Pero si el periodismo independiente, especialmente el de Internet, que es el más independiente de todos, que ha cogido el testigo de la prensa, la radio y la TV a la hora d la denuncia y la alternativa, sobreviviera como sardina en un mar de tiburones, el asunto no me preocuparía. No, la situación es más grave porque los plutócratas han abierto la veda. Una vez fracasado el ataque económico, la campaña contra el periodismo independiente tiene dos vías: la calumnia y los tribunales.

En la primera colaboran con entusiasmo los propios profesionales de medios del Sistema. Es, como dice el fundador de PR Noticias, Pedro Aparicio, el efecto de los confidenciales de Internet: todo el mundo los lee y todos niegan nacerlo. Algo parecido a lo que ocurría con los progres y el Hola en los años 80 del pasado siglo.

Y luego los tribunales, esos organismos creados por la plutocracia para proteger sus intereses, justo con la imagen contraria: se supone que fueron creados para proteger al individuo frente al Estado, al particular frente a la Corporación y, en definitiva, al débil frente al fuerte.

En otras palabras, el Sistema ha decidido utilizar a los tribunales para desgastar al periodismo independiente. Ya se sabe que la justicia es cosa de ricos, y el periodismo independiente no puede permitirse demasiados gastos en abogados. Pero no se trata de eso : se trata de la utilización de los tribunales para atemorizar al escribano. Un verdadero chollo para meter en cintura a los rebeldes.

Y no es que la situación se agrave, no; es simplemente desesperada. Y forma parte de un escenario mayor: el de una sociedad abotargada capaz de tragarse cualquier atentado contra sus libertades sin decir ni pío.

Eulogio López