Sr. Director:
Por lo que observamos parece que el consumismo es el estilo de vida más influyente. Sin embargo, casi nadie reconoce estar inmerso en la fiebre consumista.
Y es que se cuela como por ósmosis y el hombre va viendo normal unas necesidades sobreañadidas (superfluas). A esto también se le llama "crearse necesidades".
Para muchos el no poder gozar del último aparato de televisión o no disponer de la cámara fotográfica, o móvil, o coche, recién sacados al mercado, o cientos de cosas más menudas, sería tanto como contraer una enfermedad o ser víctima de una desgracia. Y no es así. El todo el mundo lo tiene, aparte de que no es cierto, no vuelve a esos bienes imprescindibles ni siquiera convenientes. Todo depende de la repercusión que tienen en cada individuo que los posee, los usa o los aprovecha, es decir, por los efectos que producen en él. No podemos olvidar que son bienes necesarios aquellos que amplían nuestra capacidad de ser persona. Lo dijo en cierta ocasión Juan Pablo II: Los verdaderos bienes son los que abren horizontes al hombre.
Cada uno sabrá si los bienes que posee facilitan o estorban el crecimiento de su propio ser hombre, si está rodeado de cosas superfluas que pueden asfixiarle o, por el contrario, tiene su panorama vital despejado.
Si la acumulación de bienes o también el deseo enfermizo de poseerlos se convierte en una carrera atropellada, es indudable que además de contrariar la serenidad de espíritu, perjudica el ejercicio de la solidaridad, que es la virtud más profundamente humana.
Coincidiendo con las ya cercanas Navidades nos puede animar, por una parte, a ser más sobrios cuando reflexionamos en el desprendimiento más absoluto que rodeó el nacimiento de Jesús, Redentor del mundo, y por otra a saber compartir nuestros bienes y nuestro tiempo a favor de tantas personas que están pasando momentos difíciles.
La solidaridad puede hacer borrar de nuestras costumbres la angustia del consumismo.
Pepita Taboada Jaén