Además de homosexual, asaltacunas. El congresista norteamericano Frank Barney, de 72 años de edad, ha perpetrado gaymonio, o un remedo del mismo, con Jim Ready, de 42.

Uno no acaba de encontrarle mucho atractivo erótico a Frank pero a lo mejor es porque soy normal, es decir, lo que se atiene a la norma, es decir, heterosexual. O a lo peor es que Jim Ready 'el joven' juega el papel de esas enfermeras cuidadoras de ancianitos que acaban matrimoniando con éstos una semana antes del tránsito –no el intestinal-, con gran cabreo de sus desheredados deudos.

En cualquier caso, ambos 'coyundos' han escenificado su paramatrimonio en un templo episcopaliano, en el  que no se ha pronunciado la palabra matrimonio –no lo permite la susodicha iglesia- pero han acordado un "compromiso vital conjunto". No tengo claro por qué ese compromiso no lo podían haber perpetrado en la "Taberna de Moe", en Springfield, en lugar de una iglesia cristiana, pero supongo que el congresista no lo hacía con mala intención: lo hacía por fastidiar.

Pero si el homomonio no procrea la cursilería resulta extraordinariamente prolífica. La reverenda Bonnie Perry, natural de Chicago -nada que ver con los Intocables de Eliot Ness- ha aclarado a la prensa que la boda del bueno de Frank "abre una ventana a la tierra prometida". Mi concepción de la tierra prometida, es otra, en ella mana leche y miel pero no se pierde aceite.

Ahora bien, nuestra reverenda, -todavía no es obispa no confundir- y sus conocimientos teólogos y litúrgicos quedan de manifiesto cuando, en un memorable 'plus ultra', nos informa de que "la parte más importante del matrimonio es la bendición".

Y miren ustedes, yo que pensé que la parte sustancial del sacramento del matrimonio era el compromiso de los propios contrayentes, quienes se comprometían a amarse y a tener todos los hijos que puedan y, en suma, a ser una sola carne para toda la vida.

Porque lo peor del demócrata Frank Barney no es que sea homosexual o que conviva con el amigo Jim. Lo peor es que se ha empeñado, no en vivir a lo homosexual, allá él con su conciencia, sino en convertirlo en matrimonio y en matrimonio religioso. El congresista Barney no se conformaba con hacer lo que le viniera en gana. No, eso no le bastaba. Necesitaba pregonar que la homosexualidad es buena, y que la Iglesia tiene que bendecirlo, por la sencilla razón de que él es homosexual.

Frank Barney convertido en medida de todas las cosas. Su lema es: "Si soy yo quien lo hago, bien hecho está".

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com