Sr. Director:

Las líneas que siguen son parte de un escrito que escribí para un boletín de Semana Santa hace tres años: Asistimos a un progresivo deterioro de las conductas que se observan en los lugares destinados al culto cristiano, sin que aparentemente se vislumbre remedio alguno. Las iglesias, al comienzo o al fin de las celebraciones litúrgicas, se convertiente en zocos de bullicio y tertulia, en demérito del lugar sagrado que son, y en detrimento de los que pretenden recogimiento u oración en silencio. Estas conductas, que no favorecen la oración, con el tiempo conducirán a que la meditación y el rezo queden relegadas a los Conventos o Monasterios y ese es un mal camino, porque los cristianos de a pie necesitan el desahogo espiritual de la Casa de Dios, para consolidar su fe. No podemos hurtar al hombre el coloquio con Dios, porque en ello emplea la inteligencia y la voluntad. La presencia sacramental de Cristo en la Eucaristía, es la mayor riqueza de la Iglesia. Y hay que preservarla de toda licencia contraria al Misterio que representa, no sea que haya que recordar las palabras del evangelio de San Lucas: Pero... cuando venga el Hijo del Hombre, ¿por ventura encontrará la fe sobre la tierra?.

José Giménez Soria

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