Uno comprende que erotismo y pornografía son dos conceptos teóricamente bien distintos, pero su empeño en identificarse en la práctica me lleva a confundirlos. Lo mismo me ocurre con el binomio liberalismo-capitalismo. Teóricamente comprendo las diferencias, pero me mosquea que en la práctica siempre se superpongan.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) celebra su magna asamblea de otoño en Singapur, uno de los tigres asiáticos, que ha adoptado el sistema capitalista con innegable entusiasmo. Eso no ha impedido que el gobierno de Singapur haya prohibido la entrada 28 delegados que iban a participar en las reuniones de la organización. Lo dicho : liberalismo y capitalismo. Es lo mismo que nos ocurre con China, cuya conversión al capitalismo no ha impedido que las autoridades hayan irrumpido en la iglesia del obispo católico Wu Qinjing, en la diócesis de Zhouzhi, y se lo hayan llevado a la prisión más cercana (o más lejana, porque nadie sabe donde está). Porque una cosa es la libertad de comprar y vender y otra la libertad de rezar y pensar, que esta es mucho más dañina.

Volvamos al fondo. Tiempo atrás, cuando el capitalismo no era el único sistema económico imperante en el planeta Tierra, la izquierda hablaba en los cinco continentes de las píldoras amargas del FMI. Eran las recetas clásicas de la institución: reducir los salarios, reducir el déficit público (es decir, aumentar los impuestos o reducir las prestaciones) y abrir las fronteras económicas. La actitud más cómica del FMI consistió (años 80) en aconsejar sistemas privados de pensiones a países africanos cuya esperanza de vida no superaba los 45 años.

Ahora bien, con el modelo único, llámese eroliberalismo o pornocapitalismo, hemos avanzado mucho. Ahora todas esas píldoras amargas pueden resumirse en un concepto hermoso, definitivo : competitividad. Es lo que el FMI de don Rodrigo Rato acaba de recomendar a España, porque los economistas del FMI son muy suyos y sólo distinguen dos tipos de países: aquellos cuya economía marcha mal y aquellos cuya economía marcha bien pero está a punto de precipitarse en una grave crisis.

Pero lo importante es la competitividad que, traducido al román paladino, o mejor al lenguaje fondomonetariense, significa rebajar los salarios. Porque, claro, se es más competitivo aumentando la producción o reduciendo los gastos para vender más barato. Ahora bien, para aumentar la producción hay que trabajar más o dar un salto tecnológico. Dado que los saltos tecnológicos no se producen cuando uno quiere, sino cuando uno puede, y como trabajar más horas no asegura vender más, la solución más práctica, más redonda, más liberal y más propia del FMI es paralizar los sueldos. Así que ya lo saben, cuando oigan hablar de competitividad, si es usted el trabajador, échese la mano a la cartera; si es empresario, convoque al comité para renovar el convenio cuanto antes. En nombre de la competitividad, se entiende.

De todas maneras tiene una cierta coña que el FMI aconseje a España un aumento de la competitividad. Ahora que todos sabemos qué significa la palabreja, conviene recordar que nuestro modelo económico se caracteriza por salarios bajos y viviendas caras. Porque la economía española marcha realmente bien; otra cosa es la economía de los españoles.

Aunque si lo dice el FMI

Eulogio López