Sr. Director:

El próximo 18 de junio me desplazaré a una Madrid para participar en una manifestación a favor del matrimonio y de la familia. Cuando le digo esto a alguno de mis amigos piensan que soy un poco demagógica puesto que todo el mundo está a favor de la familia y del matrimonio. Temo que están en un error dado que el problema es que están confundiendo el contenido del propio lenguaje.

¿Por qué ese empeño por llamar matrimonio a lo que no lo es? Hace unos meses he empezado un régimen de comidas. Me dijo el médico que en lugar de azúcar tomara sacarina. Tanto el azúcar como la sacarina consiguen que mi café esté dulce pero el azúcar tiene unas características diferentes a las de la sacarina. Entre otras que tiene más calorías. Creo que nadie duda que el azúcar es una cosa y la sacarina otra. ¿Y si yo quisiera reivindicar el derecho de que los que estamos a régimen llamemos a la sacarina azúcar? Cualquiera me diría que ¿para qué quiero semejante tontería? Que llame a las cosas por su nombre y no me complique más.

Con el tema del matrimonio, salvando las distancias, me parece que pasa algo similar. El que quiera matrimonio, que se case pero sabiendo lo que es y con todas las consecuencias. Tiene unas características concretas. Llamemos a la unión homosexual de alguna manera pero no matrimonio porque, gracias a Dios, el español es rico en términos. El Derecho español ampara las uniones homosexuales de manera que pueden tener los mismos beneficios que tiene un matrimonio. Si el Derecho ya ha previsto esto ¿por qué tanto problema y por qué tanto alboroto? ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Por qué tanto interés en algo que no responde a una necesidad ni social ni jurídica? Aquí hay gato encerrado. Señor Presidente, ¿puede contarnos la verdad?

Isabel Olloqui

iolloqui@unav.es