El Congreso de los Diputados ha aprobado una ley de comercio descafeinada. Y ha hecho bien. En teoría disminuyen la capacidad normativa de las comunidades autónomas para prohibir la implantación de grandes superficies así como los horarios comerciales.

La teoría liberal asegura que hay que suprimir todas las cortapisas a las grandes superficies. Algunos grupos nacionalistas y la Iglesia -que siempre ha luchando por santificar las fiestas- piensan que no.

Volvemos así al eterno debate: no estamos hablando de la lucha entre lo público y lo privado o ente liberalismo y socialismo, batallas éstas del abuelo Cebolleta. Estamos hablando de la guerra de lo pequeño contra lo grande, la verdadera cuestión social de nuestra época y de todas las épocas. Y yo me apunto a luchar a favor del pequeño propietario, verdadero héroe de la actividad económica.

Porque lo de la libertad de comercio está muy bien, pero en la práctica a lo que hemos llegado es a la desaparición del pequeño comercio y, en el caso del sector alimentario, la destrucción del tejido productivo, hoy esclavo de la distribución. La libertad comercial es la libertad de la zorra en el gallinero: las grandes superficies imponen precios y condiciones a los proveedores, no porque sen más eficientes que el pequeño comercio sino porque compran mucho más quienes tienen mucho más poder.

Además, las grandes superficies venden tiempo, como los bancos. De hecho, son entidades financieras que imponen sus condiciones de pago, y los pequeños no pueden hacer nada porque se enfrentan a un oligopolio, algo peor que el monopolio porque encima exhibe una falsa apariencia de libre competencia.

Respecto a los trabajadores, las grandes superficies han provocado la precarización del empleo. Pregunten por los salarios y por los contratos de un empleado de Alcampo, por ejemplo. Las grandes superficies han proletarizado el sector, un lamentabilísimo fenómeno, porque la justicia social no consiste en proletarizar sino en convertir a los proletarios en propietarios.

Respecto a los clientes, la libertad de elección ha desaparecido, especialmente cuando se modifica la cercanía del pequeño comercio, dirigido por pequeños propietarios-asalariados. Aumenta el tráfico en las grandes ciudades -con sus emisiones de CO2, naturalmente- y se despersonalizan los barrios. ¿Alguien ha reparado que las nuevas barridas prescinden de los bajos comerciales por la presión de las grandes superficies?

En España, por ejemplo, el único pequeño comercio que subsiste es el regido por inmigrantes chinos, que compiten con horarios más extenuantes que los de las grandes superficies. 

Y es que liberalismo no es libertad de empresa sino igualdad de oportunidades para grandes y pequeños. Liberalismo es también, defensor de la propiedad privada, no de la propiedad fiduciaria. Recuerden que un ladrón puede ser un gran defensor de la empresa privada pero no de la propiedad privada.

¿Restricciones a las grandes superficies? Por supuesto que sí, en defensa de la libertad de los pequeños y de la igualdad de oportunidades.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com